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Opinión

Adiós a las prisas

En julio, Rajoy trazó su propio calendario marcado por la urgencia de ajustarse a los plazos de la administración ordinaria y los impostergables compromisos comunitarios. Investidura a comienzos de agosto y, a partir de ahí, todo calculado para tener un presupuesto a tiempo, lo único perentorio, el único programa. El calendario en sí era una declaración fehaciente de que su propósito político tiene el corto horizonte de resolver sólo lo imprescindible, una falta de ambición comprensible en quien está complacido con la magnífica marcha del país. Y muy propia también de quien sabe que, en los asuntos de mayor calado para la ciudadanía, los que de verdad importan, sus posibilidades de convergencia con aquellos de cuyo apoyo depende son mínimas.

Pronto quedó en evidencia que para desbloquear la legislatura hacía falta algo más que prisas y que en minoría ningún gobernante es dueño de su tiempo. Rajoy se olvidó entonces de todos los plazos, incluso del de su propia investidura. Estamos de nuevo en el ritmo cansino de la política nacional, en la que entre paso y paso median demasiados días. La respuesta a Rivera será la próxima semana y después todavía queda "mucho camino por recorrer", anticipaba ayer el aspirante inamovible. Camino que deberán hacer otros, cabría añadir, porque hasta ahora ha mostrado mayor voluntad de acercamiento el partenaire de Ciudadanos que el principal interesado en el cortejo.

Abandonada toda urgencia, la única fecha fija en el calendario político español es el 25 de septiembre, domingo de elecciones en el País Vasco y en Galicia. Una llamada a las urnas que también perturba y compromete el desenlace del enredo nacional.

Con tantos condicionantes y al ritmo que toman los acontecimientos resulta previsible una investidura in extremis de Rajoy y un Gobierno de vida corta, lo que es tanto como decir que las terceras elecciones se aplazarán sólo un par de años.

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