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Opinión

Al suelo, que vienen los nuestros

El enemigo vive en casa. Conoce las debilidades, se revuelve, conspira y ataca donde más duele en el peor momento. Al suelo, que vienen los nuestros es el grito que queda cuando las escopetas se viran y disparan sobre sí mismas.

Si damos crédito al relato de cómo Caín mató a su hermano Abel, lo llevamos en los genes. Y si no, observen lo que sucede en los dos principales partidos: en el PSOE con el no-es-no de la investidura y en el PP con ese arte que tiene para ser gobierno y oposición a la vez.

En el primer caso, cuanto más insiste su cúpula en la negativa, más voces discordantes internas se suman a permitir un gobierno de Rajoy. Expresidentes, la vieja guardia y barones territoriales ya son fuego amigo dentro de la propia trinchera.

No dudo que estén eligiendo entre lo malo y lo peor y que crean, con todas sus ganas, que no le queda otra a este país. Pero también hay retranca. Y mucha. No debe quedar nadie en la sede de Ferraz que se trague que las rencillas, los arribismos y cuentas pendientes estén al margen de las familias socialistas.

Y si trasladamos la artillería al PSOE canario, lo de al suelo que vienen los nuestros ya se hace bajo los Kalashnikov, metafóricamente hablando, claro. Porque los activistas que esperan en la bajadita ya están en modo desespero y dispuestos a tomar literalmente el suelo, el de la ley de Clavijo, para que estalle la trifulca común.

Pero de esa famosa frase guerrillera atribuida a Pío Cabanillas, ministro de la Dictadura y también de la Transición, tampoco se libra la derecha. Un PP que también desenfunda aunque, eso sí, de forma más sibilina, que no todas las cabras tiran al monte.

En estas lides, pasen y vean a un Montoro cuya especialidad es aguarle la fiesta a su propio gobierno, facción Luis de Guindos, en cuanto le tocan las cosas de comer. Las últimas broncas sobre las previsiones de crecimiento o sobre las negociaciones con lo de la senda del déficit todavía resuenan en Moncloa.

Por no hablar de las siempre anunciadas, y siempre fallidas, rebajas de impuestos. Cuando estamos en campaña electoral, allá que venden que donde mejor está el dinero es en nuestro bolsillo; promesa que dura hasta que, con casco y chaleco, se tiran al suelo porque viene Montoro con su cruel realidad.

Es que, oye, no hay nada peor que ver llegar a los nuestros, caja registradora en mano, desbaratando el ideario liberal. Así pasó en 2011. Prometieron bajada fiscal, ganaron las elecciones y subieron los tributos en el primer consejo de ministros que se reunió.

Y cara colorada hasta que, de nuevo, ante la convocatoria electoral de 2015, llegó la ansiada rebaja con el pequeño detalle de que las cuentas no cuadran. Más de 4.800 millones de euros de descenso de recaudación sólo en el IRPF unidos al 50% de disminución del Impuesto de Sociedades.

En el PP ya están a cubierto porque dicen que vienen los nuestros. Montoro acaba de aumentar la presión fiscal a las empresas y todo el mundo al suelo porque, si tocan de nuevo poder, me apuesto un chaleco antibalas a que el ministro de Hacienda carga la escopeta y la vuelve a liar.

Para qué habrá oposición con lo bien que se la hacen solitos.

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