He visto el programa del aquelarre teórico de Podemos, cuajado en la Universidad de Verano que tienen a punto, y me he descomprimido. Al principio pensé que el eje central iba a ser la discordia entre Errejón e Iglesias, pero luego me he dado cuenta de que hay hasta animalistas y hípsteres desesperados por presentar ponencias, ya sea sobre el control del bistec hormonado o sobre la necesidad de formar peluqueros para el cuidado de las barbas. Me he pasado de frenada. Yo sólo he seguido las indicaciones del segundo (¿o primero?) de a bordo a la hora de poner el ojo en los morados: "Quizás el Podemos del futuro sea menos sexy". Y es que Errejón desea un Podemos más previsible, más acorde con la representación institucional que ha alcanzado en tres años, y menos dedicado a rescatar la etiqueta ideológica que más convenga, aunque ello les suponga una sangría de votos. Todavía sigue fresca la pintoresca animación de un día soy peronista y al siguiente marxista ejecutada por Iglesias en la última campaña. Es un tema. Pero lo que está bajo la convocatoria de esta universidad de verano podemita es algo tan antiguo como el final de la utopía, es decir, el inevitable retroceso de la cultura política que alimentó a los indignados del 15-M frente a los mecanismos de poder. Les ha ocurrido a todas las revoluciones, y es de manual. Algunas no lo pudieron resolver, no encontraron su camino, y acabaron convertidas en un liderazgo absoluto uniformado y muy narcisista. A todos nos interesa conocer cómo va a acabar la confrontación de ideas de Podemos. Tras su conversión como partido movido por el éxito fulgurante de las elecciones europeas y por la novedad de sus métodos rupturistas, ajenos a los de los partidos de la Transición, ahora queda por ver cómo se enfrentan a las fauces del Leviatán, sin que ello le suponga daños colaterales a su tarro de las esencias. La transversalidad del partido, desde maoístas a profesionales, está a la expectativa.
