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Tropezones

El arte de la mentira

Acabo de leer en el último número de la revista The Economist un inquietante análisis sobre el floreciente arte de la mentira en la sociedad actual en general, y en el ámbito de la política en particular.

Trataré de reproducir algunas de las razones por las que los sentimientos acaban imponiéndose a la verdad, o la intuición a la razón.

El énfasis de los medios en las malas noticias, siempre más morbosas y rentables que las buenas, acaba distorsionando la realidad de los hechos. Vende más escandalizar que contar toda la verdad. Como además el ser humano tiende a rechazar, o cuando menos evitar aquellas informaciones que demandan un mayor esfuerzo mental - la llamada "pereza cognitiva"- resulta que su pitanza informativa tiende a compincharse con lo familiar y más fácilmente asimilable. Sin darse cuenta su bagaje intelectual se va escorando, al amputar o suprimir una verdad más compleja, pero infinitamente más rica.

Algo similar se repite con la aportación de las redes sociales. Con la información sistematizada cosechada de los internautas se crean programas cuyos algoritmos tenderán a suministrarles posteriormente una cartelera filtrada en complicidad con sus preferencias. También así se contribuye a consolidar, y petrificar, los patrones mentales del interesado, retroalimentados sin enriquecimiento crítico alguno.

En un tiempo de grave contaminación de nuestras instituciones no es fácil esquivar la mentira, fomentada a través de las mismas. Sobre todo cuando los propios gobernantes se sirven de ellas en su beneficio. Por ejemplo, si a algún dirigente le interesa retrasar las costosas medidas contra el peligroso calentamiento global, pues monta un debate entre dos científicos de opiniones encontradas sobre dicho fenómeno, con lo que consigue, cuando menos, alimentar las dudas sobre la urgencia de dichas medidas.

Si se pretende ocultar sin que se note alguna revelación incómoda, nada más fácil que sumergir la noticia sensible en un maremágnum de aportaciones irrelevantes. Un atasco de información se convierte así en la más eficaz censura de la verdad, sepultada y desaparecida entre tanto excipiente.

Y por supuesto está el cómodo recurso goebbelsiano de repetir una mentira machaconamente una y mil veces, hasta convertirla en verdad. No nos extrañe si un mensaje mentiroso repetido hasta la saciedad por los 7 canales autonómicos de un gobierno regional acaba calando entre la población. O si los múltiples tabloides del Reino Unido concurren en vender la rentable moto del supuesto "dolce far niente de los burócratas de Bruselas", aderezado todo ello con falsos cantos de sirena sobre futuro ahorro de "disparatados costes de la pertenencia a la Unión Europea", ¿cómo va a sorprendernos que en autoinfligido tiro en el pie triunfe la opción del brexit?

Menos mal que conociendo al Economist, podemos confiar en que su próximo número nos brindará el antídoto contra cualquier tipo de pereza cognitiva, y nos ayudará en todo momento a separar el escaso trigo veraz de tan abundante y embustera paja.

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