De manera ingenua, pensaba hasta hace poco, que los profesionales de la salud mental éramos los únicos que para describir lo que observábamos hacíamos diagnósticos. Me sorprendió descubrir por causalidad, que los economistas también elaboran diagnósticos para nombrar los ciclos económicos: la gran depresión, la gran contracción, la nueva normalidad, etc. Calificar la situación como "new normal" fue idea de Mohamed el Erian, norteamericano de origen egipcio, antiguo segundo de Pimco, ex presidente del fondo de inversión de Harvard y actual economista jefe de Allianze. Utilizó ese nombre para que aceptáramos ir acostumbrándonos a un cambio duradero.

La mayoría el reciente shock económico tendió a caracterizarlo como temporal y reversible, una alteración en forma de V con una aguda caída y una recuperación rápida. Después de todo, la crisis se había originado en las economías avanzadas, habituadas a manejarse con ciclos de negocios, y no en los mercados de los países emergentes, donde predominan fuerzas estructurales y seculares. Pero esta crisis, según refieren, no es una crisis temporal. Primero, porque esa categorización de crisis supone que es un estado que se podría haber evitado y, segundo, porque lleva implícito su temporalidad.

Las condiciones del capital financiero especulador que han generado esta vulnerabilidad, no van de repente a tener principios ni ética. Valga decir que este estado de cosas, según anuncian, es pasar de la infancia a la adolescencia, que no es en si una crisis, sino una evolución inevitable del desarrollo. Nada será como antes. Las cosas seguirán cambiando aceleradamente. La incertidumbre será el nuevo estado. Se crearán rupturas y oportunidades, que, en todo caso, se presentan como inevitables.

Es verdad que es una realidad más incómoda para la élite tradicional. Pero el desarrollo del capitalismo y la profundización del modelo suponen que las cosas van a ser más difíciles para la élite que goza de privilegios - no obstante hoy hay más ricos que hace ocho años - pero para los que siempre seguirá al menos igual o peor -la intensidad de la pobreza es mayor-, aún más se alejará del disfrute de los logros que la humanidad ha proporcionado a lo largo de la historia, aunque algunos no dejan ser agoreros e insistirnos en que esta situación será una oportunidad. No obstante, apreciamos como la individualidad, la creencia de imposibilidad de cambio, la lejanía de la política y las alianzas liquidas de intereses particulares penetran en estas circunstancias en amplias capas sociales y en cualquier rincón de las relaciones humanas.

La seguridad frente a la libertad aparece de nuevo como mecanismo de adaptación social. A la vez, observamos como se está generando más tensión en el seno de la sociedades desarrolladas. Los países emergentes dejan de serlo, ni China va camino de lo que se creía; en Asia hay movimientos de tropas soterrados, Brasil en plena crisis social y política, a América se le ha respetado su soberanía, Alemania no quiere saber nada de tratados comerciales con los americanos, y guerras sin fin. Y en Europa, lo más sensato, con enorme sorpresa, es lo que predica el Estado del Vaticano. Nada está en su sitio. Y la mayoría vive con la sensación de que es más fácil, salir de la cárcel, que de la pobreza.

A lo mejor, la economía donde los modelos estaban regidos por modelos predecibles, ha tomado el curso propio de la irracionalidad. Esperamos que sea propaganda, es muy racional desearlo y pensarlo por el bien común.

(*) Profesor titular de Psiquiatría ULL