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Crónicas galantes

Tren gratis contra la demagogia

Alarmada por el Brexit y el auge de los demagogos, la UE rumia el propósito de invitar a todos los jóvenes de Europa para que viajen gratis total por el continente y se hagan así una culturita. La idea, ahora en trámite dentro del Parlamento de Estrasburgo, consiste en regalar un billete de tren Interrail a los chavales tan pronto cumplan los dieciocho años. Algo así como una prolongación ferroviaria del Erasmus.

Confían los jerarcas europeos en que este viaje de iniciación permita a sus beneficiarios comprobar por sí mismos que Europa -y el mundo en general- es un proyecto mucho más estimulante que las prédicas nacionalistas contra la UE. Y más complejo, desde luego, que lo que les proponen los apóstoles del Brexit, la fascista Le Pen en Francia o los vendedores de crecepelo ultra tan de moda en Grecia, España, Italia y por ahí.

La iniciativa entronca con una popular idea de Pío Baroja, quien aseguraba que el carlismo se cura leyendo; y el nacionalismo, viajando. Como ya no quedan carlistones que curar, la UE se propone quitarles el pelo de la dehesa a los rapaces sin más que invitarlos a coger el tren por cuenta de los presupuestos del continente.

Se cree que así verán mundo más allá de los estrictos lindes de sus parroquias nacionales y acaso descubran lo ancho que puede ser un continente unido por las ideas de la libertad, la tolerancia y la libre circulación de personas y pensamientos. Los 1.500 millones que se calcula va a costar el regalo están más que justificados.

Ya el programa Erasmus, felizmente rebautizado como Orgasmus, había descubierto a los estudiantes europeos las ventajas de aproximarse a otros países compartiendo conocimientos, lenguas, costumbres y lo que haga falta.

Lo que se pretende ahora es estimular el sentido de pertenencia a Europa, concepto gaseoso que a menudo se identifica con fríos edificios de cristal y acero bajo los cielos grises de Bruselas. Esa idea más bien injusta les sirvió en bandeja la campaña a los antieuropeístas y a sus mensajes primarios -pero eficaces- según los cuales Europa nos roba, nos llena el país de inmigrantes y diluye nuestra identidad nacional.

Resuelta, por una vez, a combatir a demagogos y reaccionarios, la Unión Europea confía en que el viaje gratis en tren les dé más altura de horizontes a las nuevas levas de jóvenes que en su día tomarán el timón del continente.

Ninguna vía más apropiada que la del ferrocarril para llevar a remate ese benéfico empeño. Los pioneros del tren, icono del progreso, tuvieron que vérselas ya en el siglo XIX con todos los retrógrados que hacían correr entre la población el rumor de que las chispas caídas de aquellos infernales ingenios de hierro reducirían a cenizas los sembrados.

Lo que preocupaba a los reaccionarios de entonces era que el progreso llegase por la vía férrea que unía territorios, del mismo modo que los de ahora se conjuran contra la idea de una Europa unida y solidaria que trasciende las arcaicas fronteras parroquiales.

Conscientes o no de ello, los mandamases de la UE han visto en el tren la locomotora que puede tirar del convoy de Europa al que amenazan de descarrilamiento los populismos y, en general, los ideólogos de vía estrecha. Embarcar a los chavales en ese vagón por el método de regalarles billetes va a costar una millonada, desde luego; pero puede que al final salga barato. Europa lo vale.

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