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Primera plana

Soldados del partido

Los partidos, que a veces son como iglesias, discuten ahora sobre asuntos de teología organizativa a propósito de la reciente catástro- fe del PSOE. Unos sostienen que los dirigentes han de ser elegidos por la militancia en votación directa, en tanto que otros (los más) se inclinan por el tradicional sistema jerarquizado de mando. Comités, congresos, órganos de control y cosas así.

Abanderan la primera opción, vagamente asamblearia, los seguidores del ex secretario general Pedro Sánchez, bajo el argumento de que son las bases las que deben mandar en el partido. Razones no parecen faltarles, si bien es cierto que ese sistema de primarias permitió en Estados Unidos la candidatura a la presidencia de un sujeto tan inquietante como Donald Trump. Los americanos y el mundo en general se hubieran ahorrado el susto si, en vez de las mentadas bases, fuesen los jerarcas del Partido Republicano los encargados de decidir el nombre del aspirante.

Más o menos eso es lo que sostienen también los mandamases del PSOE que acaban de salir levemente victoriosos en la contienda que ha desgarrado a la socialdemocracia en España. Quizá hayan tenido en cuenta que en la Iglesia hay, igualmente, un movimiento de cristianos de base; pero al final manda el Papa.

El de militante es un curioso concepto en el que se mezclan la política y su continuación natural, que viene siendo la guerra. No en vano el término procede del latín "militans" o, lo que es lo mismo: soldado. La etimología invita a deducir que los militantes de los partidos son, en sentido casi literal, su tropa.

Tiempos hubo en que los militantes respondían con exactitud al carácter bélico de esa palabra. Los bolcheviques, por ejemplo, empezaron por expulsar a sus socios mencheviques durante la revolución rusa, antes de optar por los más expeditivos métodos del fusilamiento y el exilio. Y todavía hoy es habitual en algunos países latinoamericanos que los militantes se organicen en piquetes y "patotas" para darle leña al adversario interno o externo. Son, por así decirlo, los soldados del partido.

Por fortuna, la militancia partidaria de los países desarrollados ha dejado de pegarle al contrario y, como mucho, se limita a pegar carteles en el comienzo de la campaña electoral. Lo suyo es hacer carrera dentro del partido, dándole coba al jefe como en cualquier otra empresa con la esperanza -a menudo satisfecha- de llegar algún día a diputados e incluso a ministros.

Es natural que así ocurra, habida cuenta de que los partidos occidentales son más bien de cuadros que de masas y no cumplen otra función que la de aglutinar los intereses de una parte del electorado. Como su nombre indica, un partido representa a una parte de la clientela social del país; pero en modo alguno aspira a eliminar a los demás por el abrupto procedimiento bolchevique.

Abandonada su condición bélica de origen, los militantes dejaron hace ya mucho de ser soldados al modo de las escuadras de asalto nazis o los camisas negras de Mussolini. Ya no hay enemigos mortales, sino meros competidores en el negocio de las urnas.

Víctimas de un súbito ataque de cordura, los nuevos gerifaltes al mando del PSOE han llegado a la conclusión de que esta es la España de 2016 y no la Europa de los convulsos años treinta. Aunque igual ya es tarde para arreglar el roto que ellos mismos se han hecho.

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