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'Inferno'

Robert Langdon viene a vernos

Ni que decir tiene que lejanos, ya, los tiempos en que nos sorprendía con comedias atractivas como Un, dos, tres... Splash, Cocoon y Dulce hogar... ¡a veces! o se ponía serio con dramas como Apolo XIII, Una mente maravillosa y El desafío: Frost contra Nixon, Ron Howard se ha convertido en un director al servicio de la industria hollywoodiense llevando a la pantalla las novelas del popular escritor americano Dan Brown, quien en cada libro riza algo más el rizo con una historia que va contando muertos y símbolos ocultos por doquier.

Un terreno que conecta con la literatura de baratillo mediocremente escrita, que ocupa el mismo espacio que un paquete de cigarrillos en los quioscos de los aeropuertos.

El experto en simbología religiosa Robert Langdon viene a vernos por tercera vez en esta nueva entrega de sus aventuras, que comenzó con El código Da Vinci (2006) y siguió con Ángeles y demonios (2009). En esta ocasión el Infierno de Dante le arrastrará a un mundo oscuro y tenebroso donde deberá descubrir los secretos mejor guardados de la humanidad para evitar que el mundo colapse.

Entre acertijos imposibles, una ciencia que pondrá a prueba los límites de la realidad, y uno de los libros con más símbolos ocultos, Langdon se encontrará frente a frente con un oponente a la altura de las circunstancias, que no tiene ningún reparo en hacer lo que sea necesario para cumplir su objetivo.

No hay que ser un lince para descubrir que Inferno no es una gran obra (tampoco lo eran las anteriores películas de la saga), pero su solidez narrativa está fuera de toda duda, gracias a un notable sentido del encuadre y un acerado retrato de tipos y situaciones que nos transportan a Florencia, a Venecia y a Estambul. Sin embargo, a despecho de la maltrecha autoría de Howard, Inferno es una película de productor (el propio Dan Brown), interesado tanto en recuperar la inversión hecha como en consolidar la imagen cinematográfica de su personaje, interpretado por Tom Hanks, que aún tiene en puertas la adaptación de las novelas El símbolo perdido y Origen, que continúan los misterios históricos de Langdon.

A Howard le está pasando lo mismo que a otro veterano cineasta, Clint Eastwood. Ambos, siguiendo caminos diametralmente distintos, intentan no encasillarse en ningún género o temática, haciendo de la pluralidad estilística uno de sus valores. Eastwood resulta más arrojado y, a través de la indagación formal, ha construido una obra identificable.

La trayectoria del director de The Beatles: Eight Days a Week, el documental que explora el mundo interior de The Beatles estrenado de tapadillo en los Multicines Monopol el pasado mes de septiembre, se apuntala en el despiste como forma de trabajo.

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