Me centraré en el segundo punto de este repaso a la historia de Canarias en la evolución demográfica entre los siglos XVI a XIX. Es un hecho histórico reconocido que durante estas centurias el Archipiélago fue la plataforma y el centro estratégico para la expansión de nuestro imperio en los territorios de América del Sur y Centroamérica. Esto dio como resultado una evolución demográfica que analiza Rumeu de Armas y que confirma con datos concretos el doctor Antonio Arbelo en la obra Población de Canarias, siglo XV al XX y sus fenómenos demográficos sanitarios. Según este autor e investigador -pasando por alto los textos anteriores al siglo XV-, una vez firmada la paz de Tordesillas entre España y Portugal el poblamiento registrado se estimaba del orden de 7.000 vecinos, según el padrón ordenado en 1587 por Felipe II. La cifra real se traduce en aproximadamente 50.000 habitantes, ya que se estimaba que vivían seis personas con cada vecino censado.

En la segunda mitad del siglo XVII el censo poblacional ascendió a 105.075 en el año 1688 . Las levas, los ataques de las piraterías y las emigraciones obligatorias hacia América explican esta evolución modesta. A partir de 1755, con el computo ordenado por el Conde de Aranda, se mejoran las estadísticas en toda España, y eso se refleja en los datos de la región. Así paso de 155.686 residentes a 167.274 en 1787 con el censo de Floridablanca, que se caracterizó por hacer un desglose según las actividades que desarrollaban. A título de ejemplo, señalaré que había 13.986 jornaleros, 12.599 con fuero militar, 10.829 labradores, 907 hidalgos y solo 264 estudiantes. Cifras que de forma elocuente señala los diversos estamentos sociales de la época.

Así llegamos al primer censo oficial en el año 1857, que registró un total de 234.046 habitantes, y que alcanzó en 1900 un total de 358.564, a pesar de los efectos e impactos que se produjo en la población la Guerra de Cuba en 1897, a donde se movilizaron muchos residentes en las Islas.

Esta evolución demográfica fue consecuencia de la asimilación de la población indígena por la creciente inmigración, en su mayoría peninsular: castellana, andaluza, gallega, extremeña y levantina. La economía canaria se caracterizaba entonces por su dedicación exclusiva a la agricultura; primero fue la caña de azúcar, luego el vino y, finalmente, el cultivo de la cochinilla. A esto hay que añadir, como cuentan las crónicas de la época, el cultivo de los cereales -millo y trigo, principalmente- y las distintas especies ganaderas -el ganado vacuno y lanar, y de forma notable el de las cabras-, y las especies de corral. Todos, elementos básicos de la dieta tradicional. Se complementa este cuadro con la actividad de la pesca litoral, por las calidades y abundancias de especies de las costas isleñas y las técnicas que habían incorporados los gallegos y otros peninsulares, conocedores de esta técnica.

3.- El comercio internacional en estos siglos . La explotación de los metales y diversos productos agrícolas americanos engendró rápidamente un gran tráfico de barcos entre la costa europea, desde los países escandinavos a los del Mediterráneo. Pero esto dio lugar a otro fenómeno histórico: el auge de la piratería.

Los piratas y corsarios estaban en principio fuera del control y del amparo de cualquier nación. Canarias y Azores se convirtieron en lugares estratégicos en las rutas marítimas de Europa, América y Asia (en la ruta hacia el océano Índico bordeando África). Los preciados tesoros y especies de las nuevas tierras descubiertas eran un gran botín.

Ahora me tengo que referir al historiador y académico nacido en Tenerife en 1912 y falleció en Madrid en 2006 don Antonio Rumeu de Armas, fundador del Anuario de Estudios Atlánticos , y Premio Nacional de Literatura en 1955, entre otras condecoraciones y premios que recibió a lo largo de su dilatada carrera. Entre sus numerosas publicaciones es obligado citar Piraterías y ataques navales contra las islas Canarias, publicada en 1947. A esa actividad se dedicaban los piratas franceses, luego los ingleses y holandeses; en definitiva, actuaron en nuestras aguas piratas de todas las nacionalidades, que se relacionan y detallan en la obra de este autor. Simplemente a título indicativo relacionaré los ataques de cinco piratas franceses (de 1522 a 1571), a nueve ingleses, entre ellos Francis Drake (en 1585), Raleigh ( en 1616) y Berkley (en 1762) y el de Nelson en julio de 1797; el famoso del holandés Pierre van der Does en 1599 y tres de origen berberisco, como el del argelino Dogali (en 1571) y el turco Soliman (en 1618). Hay que recordar que estos ataques pretendían la ocupación y conquista de las Islas para incorporarlas a sus respectivas potencias. A todo esto habría que añadir los esfuerzos de los monarcas españoles para reforzar las defensas militares a través de los prestigiosos ingenieros militares españoles o italianos y la preparación y entrenamiento que se le proporcionaba a la población para alejarse de las costas y contraatacar luego desde las montañas y medianías contra los invasores, que no esperaban estas reacciones.

Creo que esta etapa de nuestra historia merecería un trato especial y preferencial en la formación y el conocimiento de nuestra actual sociedad, ya que es un reflejo del papel e importancia geoestratégica de nuestro Archipiélago en esos siglos por su seguridad y para el abastecimiento a las naves que hacían el tráfico y el comercio entre Europa y América.

4.- El pensamiento económico en estos siglos. Es reconocido que la ciencia económica surgió en 1785 con la publicación por Adam Smith de su libro La riqueza de las naciones. Frente al mercantilismo y los fisiócratas Smith preconiza la libertad económica y comercial como componente básico para el progreso material y moral de la comunidad, y la supresión o eliminación de los privilegios de los grandes propietarios. A esto se unió el comienzo de la Revolución Industrial con la aparición de la máquina de vapor y la electricidad.

El impacto fue extraordinario y se reflejó de inmediato en la navegación marítima con la aparición de barcos más potentes. Esto supuso para los puertos canarios un incremento en el tráfico y la cotización al alza de la situación estratégica de las Islas para los países europeos interesados en el comercio internacional.

Pero el verdadero motor del cambio y del progreso mundial fue la llamada Anti-Corn Law, aprobada por el parlamento del Reino Unido en 1846. La razón fue la creación en Manchester en 1839 de la Liga Anti-Corn Law, que sostenía que las leyes que significaban un subsidio incrementaban los costos industriales. Se referían a la Importation Act de 1815, que estableció unos elevados aranceles sobre cualquier grano para proteger a los terratenientes británicos. Tras una prolongada campaña, los opositores del arancel obtuvieron lo que querían en 1846, indicativo del nuevo poder político de la clase media inglesa. Teórico de este proceso fue el economista David Ricardo, que era un defensor del libre comercio, por medio del cual estaba convencido de que Gran Bretaña podía usar su capital y población como ventaja comparativa para aumentar sus exportaciones a los mercados exteriores. ¿Que ocurre en nuestro país ? El arancel de 1831 incorpora a nuestro ordenamiento positivo las teorías y prácticas proteccionistas que se reflejan en los arenceles elevados establecidos para el blindaje de nuestra agricultura y las industrias textiles, principalmente. Esta política iba contra los derechos históricos de Canarias (a los que me he referido con anterioridad). Ello produjo reacciones especiales y violentas en muchos estamentos de nuestra sociedad de principios del siglo XIX. La reacción de Madrid fue rápida, si recordamos la fecha de la ley inglesa (1846).

En aquellos momentos en Madrid jugaba un papel político muy importante, dentro de Partido Moderado don Juan Bravo Murillo (Fregenal de la Sierra, 1803, Badajoz). Fue un político , jurista, teólogo y filósofo español de la clase media que se inició en política en 1836. Su carrera fue meteórica, dado su origen humilde que compensaba con sus grandes cualidades intelectuales y morales. Fue ministro de Gracia y Justicia, ministro de Fomento, ministro de Hacienda y presidente del Consejo de Ministro de 1850 a 1852. Entre su decisiones mas importantes se suelen mencionar: la ley de los funcionarios públicos, la reforma de la Administración española, el Concordato de 1951 con la Santa Sede y nuestro Real Decreto Ley de puertos francos, promulgado en julio de 1852.

Termino por hoy recordando que a finales del siglo XIX ya operaban en nuestros puertos algunas empresas que cito: Blandy Bros. ,Compañía Carbonera de Las Palmas, Coaling and Shipping, Elder Demster, Miller y Cia., etcétera.