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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Ciudad de la Justicia o de las grabaciones

Echar de menos las marrullerías y maldades de Dallas, por volver a algo muy antiguo, ya tiene calmante: se va a la Ciudad de la Justicia, o al menos así la bautizaron, y ya tiene sesión fija de mala milk. ¡Todo lo que ha dado de sí la papelera del pen drive! Me dicen que más de un periodista va a tener que pasarse por el otorrino después de tanto pegar la oreja para separar el ruido de la merluza. Lo más preocupante es que algunos andan enaltecidos con el deseo de convertir las sedes judiciales en una urbe de psicofonías. Puede ocurrirle que hasta en el mismo baño descubra a una señoría del meollo, tal como un niño pequeño, entretenido en ver cómo quedó grabado el filete envenenado que le acaba de echar a su colega, que parece que picó y clavó la encía al lado de la grasa. La cuestión no deja de atormentar: los administrados tienen que ir allí a ver cómo se resuelve lo suyo, pero antes leen o escuchan con horror que en el imperio de la balanza se ha desatado una guerra insólita de grabaciones, denuncias cruzadas, querellas, venganzas, amenazas... Algunos jueces (me imagino que hay otros que miran helados la trama) ya no hablan por sus sentencias, sino a través de las grabaciones que surgen del infinito digital. ¿Se le puede llamar a todo esto corrupción? Pues parece que sí, que está claro, que hay síntomas de amaño o de apaño de los que saben muy poco el resto de los mortales, que pagan tasas y que no tienen el acceso tan fácil a los togados. Este asunto apesta. Hace unas semanas estuvo por aquí el periodista Alfonso Armada, y al ver la primera página con la película del juez, el empresario, el periodista y la política flipó. Se lo explicamos por encima. Al final, contenido y asombrado, exclamó: "¡Pero esto es tremendo!" Pues sí, así es, pero lo curioso -¿por qué será?- es que a nadie de nuestros próceres políticos le interesa este Dallas tan tóxico.

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