En los tiempos gloriosos en los que se vendían periódicos y revistas en los quioscos, periódicos y revistas en las que la publicidad sobresalía cual bocadillo de jamón a rebosar, en esos queridos y no tan lejanos tiempos, digo, lo único que había que hacer con el anunciante era no meter la pata en información u opinión. El riesgo solía estar más en la segunda, y casos se han dado de disminución o retirada de campañas por exabruptos de algún columnista resabiado. Pero no pasaba nada, o casi nada, y nunca llegaba la sangre al río ni el columnista al paro. Ahora es el mundo al revés porque los periódicos ya casi no se venden en quioscos -han desaparecido miles de ellos en todo el país, cuesta trabajo encontrar alguno en nuestras calles- la publicidad escasea -un 70% menos que los tiempos gloriosos- y los lectores se concentran en las ediciones digitales, que siguen sin cubrir, con el retorno publicitario, sus costes. ¿Qué hace el anunciante? Agarrarse a los nuevos indicadores que le dicen cuántos clics ha generado su anuncio, cuántas personas han entrado en él y cómo son, y todo lo demás. Menuda porquería. El anunciante tiene el mango y la sartén y, si se une a los bancos que aguantan las deudas, la cocina completa. Por eso no me sorprende nada que Pedro Sánchez hablara con el presidente de Telefónica (13% del accionariado de Prisa) para impedir que le machacaran como le han machacado. Hasta hace muy poco las cosas no eran así, se hablaba con el medio, se pactaban los disensos y los consensos, con algunos, y con otros no se pactaba nada pues la enemistad era mutua. Es probable que Sánchez también hablara con el presidente de Caixabanc, el del BBVA y la del Santander: los tres, si un día se levantan de mal café, pueden cerrar de golpe el noventa por ciento de las cabeceras de este país. No lo harán, al menos de esa forma, porque se irán cerrando poco a poco a sí mismas casi todas. Sánchez se equivocó no por su acción, sino por haberla emprendido demasiado tarde, cuando ya le estaban dando, cuando ya se habían tomado las decisiones y se había organizado la banda de viejos enemigos presidida por Rubalcaba, experto en acechanzas y traiciones varias para mayor gloria de sí mismo. Alguien debería escribir la historia de este siniestro personaje. Ahora Sánchez prepara armas y bagajes para ser nuestro particular guerrero del antifaz moderno. Veremos cómo y en qué acaba esa aventura.