Decía el magnífico poeta Miguel Hernández, que "la vida es una aventura, un regocijo y un desaliento". Y desaliento fue lo que sintió y le ocurrió a una familia de nuestra ciudad por el óbito de la suegra y madre de un joven matrimonio. Espero y deseo que lo que ahora les voy a relatar no les perturbe la paz ni dejen de dormir por ello, porque al fin y al cabo la vida no es un cuento de hadas ni todos los días son alegres sin llegar a festivos.

Parece ser que la anciana señora, nonagenaria pero más alegre que un día de paga, a punto ya de fenecer, de extinguirse para siempre, pidió en su último deseo que no la sepultaran ni la metiesen en un nicho y mucho menos dentro de un ataúd pues "no iba a soportar el calor de sauna de aquel sarcófago", así es que rogó y rogó que en su obligado abandono de este mundo, y después de incinerada, que sus cenizas fueran a parar al mar de nuestra hermosa e inigualable playa de Las Canteras, pues a la señora le gustaba más el sol que a un lagarto una piedra caliente, y sus diarios baños de mar le resultaban tan relajantes como una bañera de hidromasajes.

Así es que acordada y respetada su última voluntad, partieron todos los miembros de la familia de la difunta hacia la orilla de la vastedad marina para lanzar las cenizas y más serios que la ceremonia japonesa del té. Cerca del grupo, ya reunido en corro, en apiñamiento mientras rezaban unas cristianas oraciones de despedida, unos muchachos jóvenes jugaban al fútbol sin percatarse de lo que sucedía en aquella rueda de gente, hasta que el mayor de los vástagos de la extinta señora descubrió la urna con los vestigios, volcándola y arrojando las pavesas al piélago, pero una inesperada e irreverente ráfaga de viento rebelde hizo acto de presencia sin permiso, justo en ese momento, llevándose los restos del finamiento hacia aquellos chicos que, atónitos, recibieron en pleno rostro el éxodo de las cenizas del matusalén y caducado cuerpo.

Nunca sabré si fueron estos chicos los que se quejaron al Vaticano y de ahí venga que ahora las cenizas deben de ser obligatoriamente enterradas en Campo Santo o que todas las arquetas o receptáculos vayan a una fosa común, pero pienso que una u otra cosa da igual porque, al final, lo único que nos queda de los muertos es la memoria. Y que Dios me los bendiga, mis hijitos.

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