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Opinión

Rey Trump

En su campaña electoral Donald Trump dijo que podía liarse a tiros en Times Square y aún los ciudadanos le seguirían votando. Es admirable su capacidad para entender el mundo actual porque eso mismo es, en la práctica, lo que ha sucedido. En función de lo que representa un presidente de los Estados Unidos, que es lo que será Trump cuando jure su cargo a principios del año próximo, lo del muro de la frontera con México o lo de los alardes en su trato hacia las mujeres son asuntos bastante más serios que el de un tiroteo en el corazón de Nueva York. No es raro que el desplome haya llegado a las Bolsas abiertas, las asiáticas, a medida que en la larga noche estadounidense iban cayendo los votos electorales del lado republicano.

¿Ha llegado el apocalipsis? Pues sí. Frente a la unanimidad, ligada al temor, de la práctica totalidad de las instituciones extranjeras -Rusia aparte-, frente a las filas cerradas de los principales diarios capaces de influir en la opinión de los votantes norteamericanos, Trump ha ganado. Acostumbrados como estamos a confundir la realidad con nuestros deseos, parecía imposible. Rascando en los arcones de los recuerdos no aparece ningún episodio político comparable, ninguno en el que el divorcio entre la clase dirigente y la ciudadanía harta con su vida miserable haya sido de un calibre semejante. Como mi generación no vivió la llegada de Hitler al poder -a través de las urnas, cabe apuntar- se carecía de precedentes. Pero las señales de eso que llamamos populismo y quizá haya que terminar llamándolo reglas del juego sin más, estaban ahí: Italia, Francia, el Reino Unido, España? En todos esos lugares y en bastantes más las tentaciones populistas logran unos apoyos enormes en las urnas. ¿Qué se puede hacer? Nada, habida cuenta de que Churchill ya nos advirtió acerca de la tentación inútil de buscar alternativas. No existen, que sepamos.

Sólo queda la esperanza, engañosa quizá una vez más, de que el gran populista se convierta en otra cosa al sentarse en su trono real de la Casa Blanca. No sería la primera vez. Pero hay tantas probabilidades de que suceda eso como de lo contrario porque ningún sillón proporciona sentido común y madurez; más bien al contrario. Quod natura non dat, Salamanca non presta, dice el latinajo, y acierta. El patoso Donald, el gran misógino, seguirá teniendo bajo la piel las improntas de su naturaleza cuando disponga de los mayores poderes del mundo, incluido el botón nuclear. Terribles tiempos nos esperan si, como es previsible, la enfermedad del pueblo estadounidense se vuelve contagiosa. Cabe encontrarse con unas convulsiones que puedan llevar a cada trono local al más gritón, desvergonzado y peligroso de los políticos siempre que diga lo que la legión de los descontentos quiere oír.

El populismo ha llegado y para quedarse, como dicen sus figuras. Pero consolémonos; al menos la mayoría de nosotros, los temerosos, no nos ganamos la vida haciendo encuestas.

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