Mi nuevo móvil tiene una aplicación, denominada Salud, que cuenta los pasos que doy al día y los traduce a quilómetros. Todo ello sin necesidad de que yo se lo pida: de oficio, podríamos decir. Desde que la descubrí, me he ido obsesionando hasta el punto de que camino para satisfacerla, como si la aplicación fuera un animal que vive de mis pasos tras su conversión a quilómetros. Hasta ahora, caminaba por prescripción médica; desde ahora, para que ese icono de mi teléfono no perezca de hambre. Al final del día, cuando consulto el número de quilómetros andados, siento que la aplicación me felicita, animándome a perseverar y a superarme. Puede sonar raro, pero resulta muy estimulante. Nadie, excepto el móvil, se alegra de que haya introducido estos hábitos saludables en mi vida.

De otro lado, y como la aplicación me muestra también las escaleras que subo, siempre que aparece una oportunidad evito el ascensor, aunque tenga que subir a un sexto piso. Y mientras, ya cerca de la meta, jadeo a punto de romperme los pulmones, el móvil me envía desde el bolsillo misteriosos mensajes de ánimo. Tú puedes, Juanjo, arriba, un poco más. Como, pese a todo, no he adelgazado mucho, le he preguntado a Siri cuántos pasos he de dar como mínimo al día para cumplir un programa saludable. Me ha dicho que diez mil, y que he de darlos como si tuviera prisa. De modo que cuando salgo a la calle compongo un gesto de angustia, como si llegara tarde a la cita más importante de mi existencia. Lo que no sé es si el mero gesto de tener prisa ya adelgaza o conviene acompañarlo de una actitud más enérgica en el movimiento de las piernas.

El caso es que salí a caminar un poco deprimido y después de haber hecho cinco mil pasos hacia adelante, hice otros cinco mil hacia atrás para deshacer lo andado, como el que, habiendo dejado de fumar, enciende una cigarrillo en un momento de tristeza. Pero la aplicación no se dio cuenta. En todo caso, en lugar de descontar esos pasos, que habría sido lo suyo, los añadió a los anteriores.

Total, que le he cogido desconfianza.