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Papel vegetal

¿Qué fue de aquella muchacha idealista?

No nos engañemos: hace tiempo que Hillary Clinton dejó de ser aquella muchacha de grandes gafas que se opuso como tantos jóvenes idealistas de entonces a la guerra del Vietnam.

La candidata a la que el Partido Demócrata prefirió frente al para muchos demasiado izquierdista Bernie Sanders era la favorita del establishment, de la gran banca, del Pentágono? y de las dinastías árabes.

Es verdad que el socialista Sanders, el aspirante que mejor sintonizaba con los jóvenes, los intelectuales y las fuerzas progresistas del país, habría tenido seguramente menos oportunidades todavía frente a un rabioso y errático demagogo como Donald Trump.

Si se exceptúa California, Nueva York y algunos otros Estados sobre todo costeros, Estados Unidos sigue siendo un país mayoritariamente conservador, religioso y profundamente ignorante del resto del mundo.

Un país donde el individualismo y el derecho a portar armas cuentan para muchos más que el derecho a la salud y a una vivienda digna no parece estar aún preparado para un político como Sanders.

Era conmovedor ver cómo tantos jóvenes lloraban al final de la larga noche electoral al ver derrotada la que habría sido la primera mujer en llegar a la Casa Blanca por un personaje tan odioso para ellos como el republicano Donald Trump.

La derrota de Hillary Clinton fue también una profunda decepción para los gobiernos europeos, que la preferían frente a un Trump con el que sólo eran capaces identificarse los autócratas como el presidente ruso o los líderes de los partidos más derechistas del continente.

Y, sin embargo, la Clinton defensora de los derechos civiles, del aborto de la mujer, del matrimonio homosexual y otras causas progresistas, tenía también una larga trayectoria preocupante para muchos demócratas.

Los documentos filtrados por Wikileaks y otras organizaciones hablan de las conexiones de la fundación Clinton con unas monarquías como las del Golfo que no se caracterizan precisamente por defender los derechos humanos ni por supuesto los de la mujer.

Monarquías como la de Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, y otros hicieron importantes donaciones a la fundación, que, según sus críticos, sirvieron para facilitar las ventas de aviones militares durante la época en la que Hillary Clinton ocupaba la secretaría de Estado.

Con ella al frente, ese departamento aprobó docenas de operaciones de venta de material bélico a esos países y sobre todo a Arabia Saudí, la exportadora de la peligrosa ideología salafista al resto del mundo.

Fue también Clinton quien logró convencer también a un Barack Obama dubitativo de la necesidad de derribar al dictador libio, Muammar Gadafi, con la consiguiente pérdida de decenas de miles de vidas y la destrucción de ese país.

Como tuvo la ex pacifista un papel determinante en la decisión del Gobierno de Estados Unidos de armar a algunas de las fuerzas que han intentado derribar al sirio Bashar al Assad, con las consecuencias igualmente que ahora sufrimos.

Por no hablar de sus estrechos lazos con Wall Street, tejidos desde que su esposo ocupó la Casa Blanca y derogó la ley Glass-Steagall, lo que abrió el camino a la desastrosa desregulación bancaria.

Muchos de esos banqueros, inversores y especuladores se mostrarían luego profundamente agradecidos a los Clinton, a quienes pagaron cantidades ingentes por cada uno de sus discursos.

¿Qué se hizo de aquella muchacha idealista de grandes gafas y sonrisa fresca?

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