Muchas son las razones (éticas, religiosas, políticas?) que pueden conducir a una persona a llevar a cabo una labor de voluntariado.

Por ello, las modalidades de colaboración también son muy diversas, teniendo en cuenta que en este mundo sobrevive una gran cantidad de gente desfavorecida. Con el fin de cubrir tantas necesidades surgen iniciativas destinadas a poner en contacto a quienes están dispuestos a entregar parte de su tiempo y de su dinero con aquellos otros susceptibles de ser ayudados.

Aun así, no faltan los que frenan sus inquietudes hacia este tipo de causas, convencidos de que, en el fondo, sólo sirven para hacer el caldo gordo a los gobernantes, resolviéndoles unos problemas que, en puridad, pertenecen a su exclusiva competencia. No les parece justo que sea la sociedad civil la que saque las castañas del fuego a muchos responsables políticos incapaces de gestionar con cabeza y con corazón los dramas de tantos ciudadanos afectados por la crisis, la enfermedad y la vejez.

Excusas aparte, poco importa en mi opinión la edad, la formación académica o la experiencia previa cuando sobran voluntad e ilusión para actuar en beneficio de la comunidad. Y me gustaría centrar la atención en la promoción de los vínculos intergeneracionales entre los diversos sectores de la población, y más concretamente entre los ancianos y los jóvenes. Son cientos de millones los mayores de 60 años que habitan en este planeta y miles los estudios que confirman la importancia que, para su salud física y mental, comportan las relaciones personales y familiares. Sin embargo, no es infrecuente que muchos viejitos sean abandonados a su suerte, entendiéndose el concepto de "abandono" en un sentido amplio. Debe resultar profundamente doloroso tener la sensación de ser un estorbo, de estar amortizado, de no poder aportar tanto bagaje atesorado.

Para su desgracia, se ven abocados a afrontar la última etapa del camino en soledad, a veces en su domicilio, a veces en una residencia, a veces en un centro sociosanitario, a veces en la calle. Es entonces cuando su autoestima se resiente, el grado de vitalidad desciende y el nivel de tristeza aumenta, sobre todo si, además, tienen hijos y nietos que no pueden (o no quieren) acompañarles tanto como sería deseable. Abundando en esta idea de concienciación sobre la enorme valía de la denominada Tercera Edad, han surgido en los últimos tiempos algunos proyectos encaminados a que nuestros mayores recuperen su estatus de figuras preeminentes en lo relativo a experiencias, valores y conocimientos. Una de ellas se denomina "Adoptar a un abuelo" y consiste en impulsar nexos de unión muy provechosos entre jóvenes y ancianos. Sus promotores se encargan de seleccionar a los interesados y de proporcionarles una formación básica.

A partir de ahí, se realiza un estudio de afinidades y se establecen perfiles comunes que aseguran que, tanto los mayores como los jóvenes, responden a los mismos intereses, garantizándose así el éxito de la tarea. El objetivo no es otro que establecer amistades duraderas basadas en el afecto, la confianza y el respeto mutuo. Para una de las partes se palía la soledad y la sensación de aislamiento, mientras que para la otra se fomentan el aprendizaje y el compromiso social.

Se trata de chavales que requieren de una sensibilidad y una empatía superiores, pero la misión bien vale el esfuerzo. Se comprometen a realizar las visitas unos días determinados. A veces, comparten actividades, experiencias y conversaciones. A veces, se dedican simplemente a escuchar historias del pasado, a dar ánimos y a entender los sentimientos de miedo y de pena. Y es que, aunque el futuro esté en sus manos, no es menos cierto que sus interlocutores son los depositarios de una herencia de sabiduría, acumulada década tras década, y lista para que sus sucesores la custodien. Obviar que una sociedad progresa y avanza en la medida en que todos sus integrantes cuentan, suman y se sienten parte insustituible de ella es un grave error que no podemos permitirnos el lujo de cometer.

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