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Perspectiva

Crece la tabla periódica

Como preconiza la zarzuela La Verbena de la Paloma "hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad". Cuando un servidor era alumno de química inorgánica componían la tabla periódica, propuesta por el ruso Dmitri Mendeléyev en 1869, un total de 103 elementos, el último en mi época estudiantil era el lawrencio. Hoy alcanza la cifra de 118.

¿Cómo se han ido descubriendo los elementos químicos? La primera docena de ellos ya fue puesta de manifiesto en la Antigüedad, bastantes años antes de Cristo, y la componen los siguientes, por orden de aparición: cobre, oro, plomo, hierro, carbono, estaño, azufre, mercurio, zinc, arsénico y antimonio; gran parte de los mismos son muy aparentes pues se hallan en la naturaleza en estado nativo, por lo que fueron reconocidos con facilidad. Sin embargo, una mayoría se descubrió durante el Siglo de las Luces y en tiempos de la Revolución Industrial. En la segunda mitad del XIX vieron la luz 26 elementos gracias al estudio de la interacción entre la radiación electromagnética y la materia (espectroscopia), y durante el siglo XX otros 30, primero merced a la mecánica cuántica y con posterioridad a técnicas de bombardeo. Y ya en el actual milenio aparecen los cuatro protagonistas de este artículo, utilizando para ello la fusión nuclear, o sea, uniendo varios núcleos atómicos de carga similar para formar un núcleo más pesado. El orden de presencia no siempre fue correlativo, quiere esto decir que, en ocasiones, uno de número atómico mayor pudo ser acreditado antes de otro con número inferior. España tuvo el honor de contribuir a aumentar la cifra de elementos allá por el año 1783, cuando los hermanos riojanos Juan José y Fausto de Elhúyar evidenciaron el wolframio, metal que durante muchos años sirvió para iluminar las clásicas bombillas de incandescencia, amén de lograr notables aleaciones metalúrgicas.

¿Cómo se distribuyen los elementos en la tabla periódica? De manera sencilla, según filas y columnas. Las primeras se ordenan teniendo en cuenta el número atómico (cantidad de protones que constituyen el núcleo de átomo), mientras que las segundas agrupan los que tienen características parecidas.

La Iupac (International Union of Pure and Applied Chemistry) acordó este año incorporar cuatro elementos químicos, enriqueciendo los ya existentes. A falta de que la RAE proponga la nomenclatura definitiva, sus nombres son: nihonio, moscovio, téneso y oganesón, y se sitúan en la fila séptima. Se trata de elementos pesados con un periodo de vida fugaz, ya que su existencia no perdura más de la escala del segundo. ¿Qué criterios se utilizan para bautizar los nuevos hallazgos? Según la normativa establecida por el organismo internacional competente la denominación debe estar relacionada con la mitología, un lugar geográfico, un mineral o el nombre de un científico; habitualmente el encargado de imponer la denominación corresponde a su explorador. En el caso que nos ocupa, y siguiendo la tradición, se ha optado por denominar a tres de ellos con denominaciones geográficas (Japón, Moscú y Tennessee) y el restante en recuerdo de un importante científico. Vayamos al detalle. Nihonio (símbolo Nh y número atómico 113) proviene de Nihon, con el significado de "tierra del sol naciente", es decir Japón, ya que fue desenmascarado por investigadores de ese país. Moscovio (Mc, número 115) hace referencia a Moscú propuesto por el Instituto para la Investigación Nuclear en Dubna (Rusia). Téneso (Ts, con número 117) proviene de universidades estadounidenses de Tennessee y California. Por último, oganesón (Og, 118), el elemento más pesado, recibe el nombre del físico ruso Yuri Oganessian -entre sus éxitos sobresale el descubrimiento de elementos superpesados-, y ocupa el último lugar de la fila siete. Con total seguridad, dados los avances científico-tecnológicos, se esperan novedosos hallazgos en un futuro, aunque difícilmente lograrán superar la quimera del oro o la de otros metales preciosos.

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