Dicen que después de los 35 años perecen cada día unas cien mil neuronas cerebrales que ya no serán nunca reemplazadas, y por lo tanto, a partir de ahí, hay que comenzar a vigilar mejor la salud porque la longitud de la vida depende de cómo perseveramos en la buena y sana alimentación, en el sentido del humor que siempre es un buen combustible, en evitar sofocos con gente poco simpática, aunque es evidente que existen la simpatía y la antipatía, una química que no es voluntaria, y un largo etcétera, pero cuidar la salud es deber de cada uno de nosotros, sobre todo en la comida, porque lo que sí es cierto es que casi siempre la salud entra por la boca. Y también las enfermedades.

Afortunadamente aún conservo a un amigo de mi adolescencia a quien tengo inmenso cariño. Nuestra amistad de siempre ha sido y es sincera y limpia, y cuando nos tenemos que decir verdades nos las decimos con toda la confianza y el respeto del mundo. Lo mejor de todo es que juntos nos reímos mucho, y podemos pasarnos hasta dos horas al teléfono sin parar de reírnos gracias a su sentido del humor y el mío. Y esto sí que es una suerte. Divorciado, con tanto dinero que le sale por las orejas, y también con tal enorme apetito que verlo comer nos quita las ganas a mi esposo y a mí, porque no lo sabe dosificar y la gula se le intensifica aún más en los buenos restaurantes, donde el corazón se le sale fuera de su sitio al quedar prisionero en los lazos de la glotonería y, lo que es peor, sin mostrar ningún signo de arrepentimiento ante tanta voracidad, aunque la acidez de estómago y su hernia de hiato hagan siempre acto de presencia cuando ya se siente con el depósito lleno.

Seriamente preocupada, le explico una y mil veces que tales excesos resienten la salud, la inmunidad, la lozanía e incluso las energías, y que ese desequilibrio necesita un dietista que le dicte normas para su frenética intemperancia, pero desoye mis admoniciones porque le teme a las ensaladas y al pescado hervido más que al fantasma de la ópera. Ciertamente tiene un aspecto estupendo, aunque pasado de quilos y, evidentemente, con gran cansancio al subir escaleras o cuando hacemos una caminata rapidita, pero él aguanta estoicamente el peso y el paso del tiempo como una madera bien tratada.

Pienso que la vida es un regalo día a día y que, entre otras cosas, a todos nos gusta comer bien, pero considero que no hay que arriesgarla de ese modo tan exagerado porque peligra igual que cuando no se respetan los pilares de una casa. La salud entra por la boca, sí, y aunque para algunos sea un éxtasis de felicidad, el cuerpo da resoplidos que pueden llegar a ser graves, y antes de que esto suceda hay que ponerle remedio a la situación. Creo que la felicidad la encontramos en otras muchas cosas a lo largo del camino de nuestra vida, porque si solamente la basamos en la comida, se ha terminado el viaje. Que tengan un buen día.

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