Decía Aristóteles que la persona magnánima odia las malas acciones y ama las buenas, tanto si las realizan sus amigos como si las realizan sus enemigos. Muchos de nuestros dirigentes del pasado y de ahora nos han mantenido entretenidos en los últimos años y nos han excluido de casi todo; de ahí que lo que han ocultado sea provocativo. Pero la provocación es un buen antídoto contra la apatía y el aburrimiento de una sociedad saturada de información y opiniones desmemoriadas. Admiramos las buenas acciones de los ciudadanos de otras sociedades más avanzadas y "civilizadas" de nuestro entorno, pero odiamos ejecutarlas en nuestra sociedad. Nos aferramos a las ideas como si fueran nuestras sin aceptar que todo se alimenta de cosas que sucedieron antes. Estamos con el miedo a que no suceda nada y no somos capaces de resolver de forma individual y colectiva la enorme lista de problemas que llevamos arrastrando desde hace décadas y los retos que se van a presentar de repente. Estamos cegados por los rayos fugaces de las mentiras y cuando hemos empezado a recuperar la vista nos hemos asustado al verificar que somos todos nosotros quienes hemos estado funcionando con trampas y manipulaciones.

Queremos una sociedad mejor educada, más sana, más justa y más transparente porque solo cuando se tiene el conocimiento, la salud y la verdad de las cosas se actúa en consecuencia. Desde los organismos e instituciones internaciones nos piden reformas de las leyes y de las corporaciones públicas y privadas. Desde fuera nos han advertido hace años que la forma en que hemos estructurado el sistema educativo y la actividad económica del país es equivocada. Los rankings internacionales educativos, culturales, científicos, tecnológicos y laborales nos retratan como un país nada serio. A Canarias la deja en pelotas: es la región española con peor nivel en educación, en cultura, en tasas de lectura, en asistencia sanitaria, en servicios sociales, en universidades, en ciencia, en justicia, en desempleo y en pobreza. Esa forma tan "española" de ir contra corriente, de no querer imitar a quienes lo hacen mejor que nosotros, de trabajar y hacer negocios a "nuestro ritmo", ha contribuido al desmoronamiento paulatino de las familias, a la destrucción de empleo, a la incultura como norma, a una tasa de pobreza difícilmente reversible, a la imposibilidad de conciliar la vida laboral con la educación de los hijos y con los proyectos de vida que cada uno desearía.

Más de la mitad de las pequeñas y medianas empresas privadas españolas esclavizan a sus empleados con el mantenimiento de una jornada laboral "partida" en la que entras a las 9 de la mañana, sales 4 horas más tarde, regresas a las 4 o 5 de la tarde y acabas la jornada a las 8 de la noche. Una verdadera crueldad personal y familiar que debería ser ilegal, que no fomenta el empleo, y de la que se libra la mayoría de los funcionarios públicos y los empleados de grandes empresas nacionales. El mantenimiento de esos horarios antisociales no solo ha descuartizado la convivencia familiar, sino el desarrollo personal de los individuos desde las etapas infantiles. Todo esto con la complicidad de esos que se hacen llamar "agentes sociales". El miedo a que no suceda nada nos hace incapaces de copiar, adaptar y combinar lo que otros países más avanzados han creado para transformar su antigua realidad. Siempre ha habido individuos que hacen, otros que miran y otros que ni eso. Ahora en España hay muchísima gente preparada que no hace nada pero que quiere hacer mucho; hay personas con talento que estaban produciendo riqueza y generando talento que han sido expulsadas de la economía del conocimiento por leyes irracionales ejecutadas por políticos mediocres que les han obligado a jubilarse en el cénit de su carrera. Una tasa elevada de inactividad cognitiva, científica, tecnológica y laboral es un síntoma de un problema mayor en la sociedad. Es un síntoma de declive de una región, de un territorio, de una nación.

Decía el gran poeta romano Quinto Horacio Flaco "Carpe diem quam minimum credulo postero", o lo que es lo mismo, "Vive el momento y no confíes demasiado en el futuro". Hagamos lo que tengamos que hacer en este momento pero teniendo la valentía de mantener valores fundamentales para enfrentarnos victoriosos a las situaciones adversas que nos va a tocar vivir. Necesitamos líderes que ayuden a desarrollar el talento disponible a través de la motivación, la inspiración, el desafío, la enseñanza y la ciencia. Y lo tenemos que hacer juntos, como un solo equipo. Toca, ahora más que nunca, apostar por la formación de la gente joven, inculcarles la cultura del esfuerzo y la superación, darles oportunidades dentro y fuera del país para que lideren un modelo competitivo y más inspirador que el que ha premiado la mediocridad y el oportunismo clientelar que ha existido hasta ahora. Hemos de cultivar la cultura del rebelde intelectual y apoyar a los que piensan y realizan lo que otros dicen que somos incapaces de hacer. No nos entretengamos con las mentiras de demagogos populistas. Imitemos el buen hacer de aquellos países que saben hacer bien las cosas. Buen día y hasta luego.