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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Destierro en Perejil

Apropósito de la tragedia del Yak y de la leve asunción de humanidad del PP para con los herederos de las víctimas, va Martínez Maíllo y nos obsequia con la idea luminosa de mandar a Federico Trillo al peñasco de Perejil. Esgrime el destino en defensa del exministro y embajador, como fórmula para apenarnos a lágrima viva de que su única morada pueda ser un islote sólo apto para cabras y no una silla con arabescos del Consejo de Estado, lugar de culto para transitar por el mundo sin pisar callos y que acaba de enfilar a Trillo por el papel de su ministerio en el accidente del Yak. El vicesecretario de los conservadores, casi con desesperación, expulsa: "¿Qué tenemos que hacer con él? ¿Mandarlo a Perejil?" Una pregunta arriesgada, sin duda, para unos españoles que ven a los políticos como un problema. Muchos de ellos aceptarían el traslado de manda huevos a la discutida posesión, a la que él mismo envió en su etapa en Defensa una pequeña tropilla para clavar la enseña nacional. Recompensado con el puesto diplomático tras la desastrosa gestión de la identificación de los cadáveres del Yak, ambicionaría ser retratado a la manera de Napoleón en la isla de Santa Elena, oteando las olas desde Perejil. Martínez Maíllo lo que hace es poner en evidencia el problema de un partido con muchos años de gobierno encima, y por tanto con bastantes dificultades para dar guarida a los que tienen una hoja de servicios especiales intachable en pulir osamentas que van desde la corrupción a informes de ficción. Buscar una poltrona a los fantasmas del pasado que reaparecen o que fluctúan tras el final de la mayoría absoluta, necesita de cierta entrega y tragaderas, más cuando hay que recabar los votos de la oposición para sacar adelante las leyes. Perejil, por tanto, deviene en una metáfora a la que muchos ciudadanos miran con simpatía: a cualquiera de los señalados por el desvío en acto de trabajo o por la distracción, transparencia o lealtad en el manejo de caudales públicos, o por incurrir en mentira flagrante, le viene fetén un destierro.

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