Viendo a Charlize Theron, en la versión trucada de la TV iraní, con un jersey negro de cuello alto bajo su vestido de escote profundo, me salta la imagen de las diapositivas que un jesuita profesor de arte proyectaba en clase, cubriendo con púdico rotulador los cuerpos de la Venus de Milo, de la de Cnido, el Doríforo de Policleto o Laoconte con sus hijos. Como, además de ser (por otro lado) excelente profesor, no le faltaba gracia, a veces tenía el humor de vestir las estatuas con camisetas con las franjas del equipo local. Tal cual lo cuento, joven lector. Bien, pese a todo el dato resulta consolador, pues revela que las diversas religiones tienen un punto común que podría bajar el encono entre ellas, siempre inductor de guerras: la obsesión de todas por controlar la propagación de las pasiones llamadas bajas, las erupciones del sexo y la felicidad que pueda proporcionar a los fieles.
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