Cada vez se intensifica más la sospecha según la cual el discurso político progresista, resignado a la incapacidad para transformar nada -recordar el tránsito del reformismo al remedialismo que para Przeworski marca la perpleja decadencia de la izquierda- se dedica furiosa e incansablemente al postureo. Un postureo que, por supuesto, es una pieza más de un incansable mecanismo propagandístico. La derecha tradicional -y cualquiera en cuanto llega al gobierno, como Tsipras y sus aliados en Grecia- se sumerge en las racionalidad técnica de los problemas; la izquierda, y la derecha populista y posfascista, acude inmediatamente al lenguaje sentimental, porque perdida ya la llave del diagnóstico de la realidad a través de una teoría fiable, quedan, sobre todo, los sentimientos, las identidades, las culturas y ritos sociales preteridos o arrinconados o amenazados. Sí, es agotador. Pero no hay otra cosa y no tiene coste político. Por eso Podemos, por ejemplo, la emprende contra la transmisión de la misa católica en las televisiones públicas. No se trata de que tenga o no razón Pablo Iglesias -personalmente estimo que no deberían transmitirse ceremonias de ninguna confesión religiosa en televisiones públicas- sino en la elección de los motivos para una campaña en redes sociales. Como a la mayoría social le traer el asunto sin cuidado, Iglesias consigue un combate cómodo que enardece a sus más próximos y cabrea hasta el delirio a ese 25 o 30% del electorado que jamás le votará.

Ayer pasó algo semejante. La portavoz de Podemos en el parlamento de Canarias -y muy probablemente sucesora de Meri Pita al frente de la Secretaria General- Noemí Santana, pidió a la Mesa de la Cámara que declarara persona non grata a Antonio Brufau, presidente de Repsol, quien en unas recientes declaraciones afirmó que el rechazo mayoritario de ciudadanos e instituciones canarias a las prospecciones petrolíferas en la anterior legislatura se le antojó "algo tercermundista". Santana cree que esta petulante memez es un ataque a la dignidad del pueblo canario, por supuesto, y tiene que ser respondida con una rotunda y enfática dignidad. Porque, por supuesto, todo es cuestión de énfasis, hasta el punto que en el Parlamento regional sus señorías deberían ponerse togas -o batamantas para los más frioleros- y discurrir peripatéticamente por los pasillos con las obras completas de Cicerón en los sobacos. A mí me importa un higo pico lo que diga Brufau sobre Canarias. En general el limitado interés que podemos sentir por el señor Bruffau se centra en sus actos y decisiones empresariales, no en sus declaraciones. Seguramente carezco de una epidermis nacionalista tan fina como la de la señora Santana y por esa misma limitación encuentro más preocupante, por ejemplo, los índices de desempleo en este país, una patología cronificada para la que Podemos no ha presentado, por cierto, un programa técnicamente creíble e intelectualmente solvente.