La Provincia - Diario de Las Palmas

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Antivacunas anquilosante

Hay personas afortunadas que pueden guardar en su memoria un momento de su infancia así de maravilloso: "Recuerdo aquel día perfectamente. Las televisiones fueron a nuestra escuela. Los niños corrían por las calles. Se suspendieron las clases. Repicaban las campanas de las iglesias. Era como si hubiera terminado una guerra. Y, en cierta forma, había terminado una guerra". Este es el recuerdo de una señora que revive cómo de niña fue testigo y protagonista de un momento histórico, emocionante e inolvidable. Aquel día, tras mucho esperar, se hizo público el éxito de la primera gran campaña de vacunación contra la poliomielitis con el suero creado por Jonas Salk y su equipo, grandes personas dirigidas por una persona inmensa. Ella estuvo allí y fue vacunada. Nunca lo olvidará. Primero, porque está viva y sin polio. Segundo, porque de más de 50.000 afectados al año que había en EEUU, se pasó a que la polio esté erradicada en casi todo el mundo. Cuando los antivacunas logren algo así, cuando alguno de esa tropa deje de poner palos en las ruedas y se dedique a investigar, descubrir, mejorar y salvar tantas vidas como hizo Salk, deberían dedicarle un reportaje tan revelador e inspirador como La vacuna que cambió el mundo, emitido por La 2 hace un año y reemitido esta semana. El documental comenzó recordando de dónde venimos: en el siglo XX la esperanza de vida aumentó varias décadas fundamentalmente gracias a las vacunas. Tosferina, rubeola, sarampión, difteria o poliomielitis deformaban, anquilosaban y mataban a miles de personas. Pero no terminó con un final feliz. "No se puede patentar el Sol, el Sol es para la gente. Esta vacuna es un regalo de la ciencia para la gente", dijo -e hizo- Salk. Su hijo añadió: "Mi padre se preguntó todos los días durante el resto de su vida por qué no se puede hacer lo mismo con otras cosas, como la pobreza o la salud pública". El presidente Eisenhower se emocionó pensando en sus nietos cuando felicitó a Salk. Yo me emocioné recordando a mi abuelo Tomás, que con una mano anquilosada por la polio vio vacunar a sus nietos.

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