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OBSERVATORIO

El valor de las palabras

Quizá una de las tareas previas para la regeneración de la política democrática sea la mejora en el uso de su lenguaje cotidiano, el abandono de expresiones y palabras que decimos casi sin pensar y que, lejos de ser inocentes, reflejan en realidad confusión y contribuyen a la desmovilización en su práctica porque la banalizan.

Esto es especialmente necesario en el caso de la izquierda, que es la que ha perdido más identidad en este proceso de generalización del uso de términos que oscurecen la realidad, que paralizan el discurrir, porque la izquierda carece de otro poder que no sea el de la claridad de sus ideas y la capacidad de transformación que posean sus palabras.

Me atrevo a poner en cuestión las siguientes expresiones comunes del vocabulario político de la izquierda:

"¿Todo bien?". Es una expresión común y reciente entre personas de la política activa. Su inconveniencia se explica porque totaliza como buena una realidad compleja y siempre necesitada de análisis, debate y alternativas. Indica una presunción de que las cosas no pueden estar mal si estamos nosotros aquí a su cargo. Un simple "¿qué tal?" abre las posibilidades de desarrollo de temas, cuestiones, enfoques, etc.

"¿Cuídate". De origen anglosajón; dado que es la propia naturaleza, por el instinto de supervivencia, la que se encarga de cuidar a los humanos, esta expresión en el mundo de la política transmite pesimismo sobre la realidad circundante de la que habría que protegerse. Un buen apretón de manos, y un nos vemos, o hasta luego, es suficiente en las despedidas.

"¿Transversal". Esta reciente adquisición en el seno de la política es altamente equívoca también -como "poliédrico"- ya que relativiza, desdibuja y oculta los verdaderos perfiles de una realidad compleja pero abordable mediante un análisis en términos sencillos y de posible solución o, al menos, de alternativas. Es especialmente deformante cuando integra en los proyectos políticos, y desfigura, los perfiles de colectivos sociales objetivamente contradictorios.

"Espíritu de tribu". De reciente uso, y dañina para organizaciones que se deben sentir orgullosas en cambio del uso de la inteligencia, de apelar a la solidaridad de colectivos amplios y diversos, y cuyo origen teórico se sitúa por lo menos en la defensa de las clases sociales desfavorecidas.

"Apostar, apuesta". Se trata de un uso muy común cuando se quiere destacar un proyecto con visos de innovación y de futuro. Su cuestionamiento responde a que está en las antípodas del pensamiento de izquierda, porque trasluce un fondo de azar en la política, que debe ser, por el contrario, responsable y basada en criterios racionales. Remite al juego, una de las obsesiones de la izquierda a lo largo de la historia, por sus efectos destructivos de las buenas prácticas intelectuales, productivas o laborales. Puede ser sustituido, por ejemplo, por algo más abierto, crítico y comprobable como "proponer", "propuestas", "proyecto", etc.

"Vender". Como la anterior, pero esta vez tomada del mundo comercial, muy respetable pero no mezclable con la política. Es impropio cuando se utiliza en referencia a las ideas o propuestas que nunca deben ser "vendidas" sino defendidas, explicadas y razonadas, ni como muestra de las cosas realizadas, que deben ser simplemente puestas en funcionamiento para disfrute y uso de la ciudadanía sin necesidad del autobombo.

"El partido" o "el círculo", tanto da. Esta es una de las más dañinas, y recuerda a la clandestinidad franquista cuando era un defecto del PCE. Simplifica y totaliza el espectro político democrático y genera un sentimiento falso de ocuparlo en su conjunto. Debilita la democracia interna y crea una falsa seguridad en que se ocupa todo el espacio.

"Poner en valor". Aparentemente inocua, pero muestra las dudas de que lo realizado tenga verdadero sentido, y por tanto hay que hacer un esfuerzo para encontrárselo. Quizá más apropiado y constructivo, con mayor autoestima, sea "mostrar el valor de", o simplemente explicar el significado y la naturaleza de las realizaciones.

"Relato", muy reciente, introduce a la política en la metapolítica, y desfigura la realidad, o aleja de ella a quien lo usa. Discursos, ideas, alternativas podrían ser mejores denominaciones para el uso de la palabra como argumento político.

"Trasladar". También reciente, supone que no se asumen las ideas, los planteamientos o las demandas, sino que pasan de un sitio a otro de manera neutra, perdiendo así su carga reflexiva, ideológica y política. Plantear, defender, exponer, conllevan la implicación del colectivo en las propuestas.

"Socialdemócrata", "socialdemocracia" en vez de "socialista". Es evidente que los socialistas lo son. Pero el problema estriba en que el término no es consecuente con la historia de los socialistas españoles, ni con su cultura política. Desfigura, pues, su identidad, y desconcierta en su identificación. Y acaba por limar su perfil de izquierdas. Un matiz muy sutil, pero el PSOE debería utilizar en su discurso político la palabra "socialismo".

Puede haber un espacio para la política en este mundo del capitalismo globalizado y complejo que trata desde sus orígenes de destruir o neutralizar tantas cosas del mundo de la izquierda, entre ellas, el valor de las palabras. Y quizá no estaría de más comenzar por la recuperación de la humanidad y la cercanía del lenguaje político cotidiano, fundamental para la solidaridad intelectual entre quienes quieren cambiar este mundo.

Fernando Arcas Cubero. Profesor titular de Historia Contemporánea

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