Después de los escándalos madrileños de la corrupción política, o de la política de la corrupción, parece que las redes arden. Llamé al patrón del Sálvora IV, un viejo pesquero coruñés, para contrastar los rumores y saber si eran noticia, "pues tenemos las redes y todos los demás aparejos en perfecto estado. Alguien te está intoxicando, y no será la primera vez". En efecto, ya me habían intoxicado hace muchos años con una ostra en el mercado de la Piedra, en Vigo, y, más tarde, con una milanesa empanada por el demonio, en algún tugurio de Madrid. Acudí a otra fuente, esta vez un viejo trabajador del circo Ruso, con el que entablé amistad en una visita que la troupe hizo a La Coruña, "están muy viejas y malgastadas, pero todavía sirven para que ningún trapecista se haga daño". Era evidente que estaba errando el tiro. Un poco desesperado, llamé a mi amigo tinerfeño Manuel, adoptivo militante digital, "es que no te enteras de nada, sigues en tu mundo de papeles, libros, libretas y periódicos en los quioscos. Las redes que están ardiendo son las sociales". Le respondí con tono agridulce: "O sea, la metarrealidad en la que algunos vivís". "No," me dijo un poco inquisitorial, "la realidad auténtica que te niegas a reconocer, y así te va". Colgamos, claro, sin despedidas ni gestos de agravio, ya había bastante con la pequeña conversación. Concluí que con ese incendio no tenía para un artículo. ¿Cómo explico a mis lectores que una cosa que no existe o que, cuando menos, es intangible, está siendo sometida a un proceso físico, a la ira de uno de los cuatro elementos? Arde el mar se llamaba el primer libro de poemas de Pere Gimferrer, una metáfora forzada pero preciosa. Pero ahora arden las redes sociales, lo cual no me parece ni metáfora ni nada bello. Unos cuantos individuos, miles quizás, colgados de un ordenador en la sede de cualquier partido político opuesto al PP, otros tantos en la sede de este último, vomitando comentarios cortos y a veces soeces, ¿son la realidad? Llamé, por último, a un trabajador de la Perkins jubilado, que había tratado mucho a Marcelino Camacho. "Esto es lo de siempre, chaval, la dialéctica del amo y el esclavo, ¿es que todavía no te has leído el Manifiesto Comunista?" Le dije que sí, pero que me seguía gustando más Hegel. Con lo cual, las redes no arden, brama la ira de los explotados y se refuerza la lucha por la igualdad, eso creo.