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Javier Fernández y sus enigmas

La moción de censura a Mariano Rajoy nació muerta al no ser previamente negociada por Podemos con los grupos parlamentarios que la harían viable. Confinada en la izquierda radical de la cámara, se limitará al discurso crítico de Pablo Iglesias, sin que vaya el debate más allá de la reprensiòn de los posibles excesos, la repulsa de las descalificaciones dedicadas a otras fuerzas y las ironías sobre el candidato alternativo. Más de lo mismo, porque ni el líder podemita ni los portavoces de las confluencias se muerden la lengua en plenos y comisiones ordinarias. La casta, la trama y demás hallazgos léxicos se agotan por sobreuso e imponen la necesidad de nuevos excitantes, incluida la censura "manque pierda". Una pena, porque el PP y su presidente se la han ganado a pulso con el flujo de corruptos que engolfan a diario la escena política, sean cacos de medio pelo o cargos de máximo rango. Nadie que se precie en el espacio de la centralidad quiere tomar el testigo sin testar posibilidades, pero tampoco reclama elecciones. El presupuesto de 2017 está a un paso de la mayoría y será el combustible de un nuevo tramo sin cambios.

En relación con todo esto, el enigmático presidente de la gestora del PSOE ha lanzado una novedad significativa. En su respuesta escrita a la carta abierta de Iglesias, Javier Fernández le reprocha el haber frustrado un pacto de mayoría parlamentaria, y de gobierno, que hubiera desalojado al PP y a Rajoy aunque ganasen las elecciones. Ese pacto, que pasaría necesariamente por el grupo socialista con Pedro Sánchez en la presidencia, puso los pelos de punta al sanedrín de la rosa. En gran parte, Sánchez fue defenestrado por pretenderlo. El que ahora sea esgrimido como fallo de Podemos mueve a pensar que el escalofrío socialista ha pasado y que en la reunificación del partido (partido en tres) no se descarta cohabitar con Iglesias si es el único medio para mandar en el país. Lo contrario sería incoherencia o hipocresía.

La prioridad de Podemos sigue siendo el sorpaso y la exclusiva en el liderazgo de izquierda. Pero el camino es diverso y no depende exclusivamente de las urnas. La campaña de Sánchez en primarias no describe a un fracasado sino a un competidor correoso que conoce bien sus registros y los hace rentables en presencias y mensajes que atraen a la militancia. Achacarle los dos peores resultados electorales de la historia del PSOE es puro maniqueísmo si se echa un vistazo al hundido socialismo francés, las menguantes posibilidades de Schulz en Alemania, la irrelevancia en el Reino Unido, la crecida del populismo en Centroeuropa y Escandinavia, el manipulado batacazo progresista en Estados Unidos, etc. El mal no está en los respectivos partidos sino en la fase baja de la ideología y la necesidad de rearmarla con nuevas estrategias. Sánchez lo ha visto así, no quiere esperar al cambio de la Luna e insiste en gobernar con Podemos. ¿Lo está viendo así Javier Fernández?

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