Hace un par de días leí un artículo ditirámbico sobre la prodigiosa capacidad estratégica de Nueva Canarias en general y de Pedro Quevedo en particular, demostrada, supuestamente, por la actitud mantenida por NC y su único diputado en la tramitación del proyecto de presupuestos generales del Estado. Lo que se podía colegir es que mientras CC se echaba inmediata, impúdicamente en los corruptos brazos del PP, el astuto Pedro Quevedo aguardaba, sin mancharse, el instante de su jugada maestra. Sí, la jugada maestra consistía en quedarse el último para negociar: una metodología de trabajo que coincide con el metabolismo basal del exportavoz del Gobierno autonómico. En realidad Coalición Canaria no comenzó a negociar cuando llegó el anteproyecto de Cristóbal Montoro a la Cámara. Lo hizo mucho antes. Exactamente igual que el PNV. Lo mismo que durante muchos años hizo CiU. Los pequeños partidos -y en especial las fuerzas nacionalistas y regionalistas que en los últimas décadas apoyaron a gobiernos conservadores y socialistas- tienen en la negociación, grande o cominera, exitosa o fracasada, su principal actividad. Esta incesante labor de cabildeo engorda las agendas telefónicas, articula relaciones personales, abre contactos y canales de comunicación, consolida confianzas y normaliza el diálogo cotidiano. En definitiva, los diputados de dichas fuerzas se pasan la vida negociando y a menudo persiguen un asunto -una norma legal, un trato fiscal, una convocatoria pública, una partida presupuestaria- durante años, a veces durante legislaturas. No es el caso de Quevedo, por supuesto. Pedro Quevedo no negocia. No tiene práctica, costumbre ni inclinación por esa agotadora actividad y, por tanto, lo que ha hecho es estarse callado, después de proclamar urbi et orbi que él, bueno, él no apoyó la investidura de Rajoy, pero que la legislatura era otra cosa. Es decir, yo me opongo decididamente, y con cierto ringorrango, a contribuir con mi voto a que este señor sea presidente del Gobierno, pero estoy dispuesto a avalar su principal instrumento de acción política, los presupuestos generales. Ahora que el equipo ministerial ha conseguido 175 diputados Quevedo se acerca solemnemente al escenario para proclamar que quiere esto y aquello porque sin aquello y esto no se aprobarán los presupuestos para 2017. Vale, pero transformar esta virtud recipiendaria en inteligencia política se antoja discretamente exagerado.

Esta situación política es extremadamente volátil. Si se aprueban estos presupuestos, el proceso secesionista catalán se ralentiza y los datos básicos de la economía no empeoran, Rajoy podría perfectamente convocar elecciones a mediados del próximo año. O verse obligado a hacerlo. Lo negociado y extraído con fórceps en las últimas semanas por todos los negociadores quedaría inmediatamente en entredicho. La dinámica política española está condenada a la fragmentación partidista y a la inestabilidad institucional en los próximos años: una situación que debería llamar a las principales fuerzas nacionalistas del país -CC y NC- a restablecer una fórmula asociativa. NC, pese al fantasioso ecumenismo de sus cuotas congresuales, está condenada a un crecimiento muy limitado porque su única implantación electoral real se reduce a Gran Canaria. Y los dirigentes menos ilusos de Coalición saben perfectamente que cualquier intento de reinventarse en Gran Canaria está condenado a la insignificancia. Las metamorfosis en el ecosistema político español -y canario- pueden salirles muy caras a ambos partidos. A tontos y a listos. A negociadores y a oportunistas. Dentro y fuera de la comunidad autónoma.