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El porvenir del socialismo

En los medios se especula con la posibilidad de que el Partido Socialista español siga la misma deriva que el Partido Socialista francés y esté próximo a la desaparición de la escena política. Y si no a la desaparición, a una presencia parlamentaria marginal. El principal motivo de reflexión viene del país vecino donde el presidente de la República, François Hollande, y el jefe de uno de sus últimos gobiernos y hombre de su máxima confianza, Manuel Valls, apoyaron la candidatura del reformista Emmanuel Macron en contra de los intereses de su propio partido. Un apoyo que se hizo todavía más explícito al anunciar Valls su baja como militante ante la evidencia de que el Partido Socialista francés había "muerto". Después de ese giro radical, y con un 6% de votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, al partido del puño y la rosa solo le quedaría organizar un funeral de tercera y disolverse discretamente. Los dirigentes pasarían a gozar de una jubilación anticipada y a escribir sus memorias; algunos de los principales cuadros se integrarían en las filas de Macron (que es, de momento, la apuesta segura); y buena parte de las bases se iría con Mélenchon, a quien conocen de sus muchos años en la casa que fue de todos ellos durante la larga etapa de la grandeur socialista con Mitterrand. A esa visión pesimista habría que añadir la evidencia del deterioro de imagen de la socialdemocracia europea como alternativa de poder dentro del sistema creado a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. En Italia, ya hace años que desapareció de la escena después de la fuga de Bettino Craxi a Túnez cuando implosionó el pentapartito y desaparecieron los partidos tradicionales en el marasmo de la corrupción. En Grecia se alió con la derecha no menos pringada en escándalos, y acabó por favorecer la aparición de Syriza. En Alemania gobierna en coalición con la democracia cristiana de la señora Merkel. Y en Gran Bretaña, con Corbyn, está a punto (según las encuestas) de facilitarles una ventaja abrumadora a los conservadores de la señora May. El único lugar del mapa europeo donde es posible visualizar a un partido socialista que no haya perdido vigor es en la vecina Portugal, donde ostenta la jefatura del gobierno en coalición con otras fuerzas situadas más a la izquierda. Ahora bien, ante este panorama desolador ¿qué pronóstico cabe hacer respecto del caso español? Pues nada bueno. De momento, tenemos unas elecciones para elegir al nuevo secretario general en la que hay tres aspirantes. La señora Díaz, candidata del aparato (Felipe González, barones regionales y alrededores) de cuyo programa solo sabemos que quiere ganar y se siente ganadora (un ideario aplicable a cualquier entrenador de fútbol con ambiciones). El señor Sánchez, que promete un giro a la izquierda, aunque no sabemos si solo retórico. Y el señor López, que clama por la unidad del partido con la misma desesperación que aquel participante en una orgía desaforada que reclamaba orden en medio del caos. A falta de contar los votos, la que mayor apoyo parece tener (incluso entre la derecha política y mediática) es la señora Díaz. España no es Francia. ¿Quién jugaría aquí el papel de Macron? Rajoy no tiene su edad. Ni su perfil político.

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