El circo español está repleto. Las gradas se ocupan rápidamente mientras en la arena los competidores se preparan para la carrera. En la línea de salida muchas cuadrigas están apelotonadas a la izquierda, pero las que realmente atraen la atención del público son las que están más escoradas a la derecha. Tres titanes de la velocidad. Díaz, una muchacha considerada la más veloz gracias a sus cuatro pura sangre, Partidocosido, Nomientascariño, Yosiqueganoelecciones y, por supuesto, Todosomoscompañeros; Sánchez, antiguo galán al que muchos daban por acabado, pero que ha aparecido con cuatro ejemplares que hay que verlos: Noesno, Gestoramachanga y los hermanos Mevotaronlasbases y Mebotaronloscompañeros; y López, el veterano, siempre en un tercer plano, también conocido como "el Cholo", con pocas posibilidades por culpa de Abstenersemal, Abstenersebien, Abstenerseregular, y Noquierohablardeabstenerse IV, caballos vistosos pero que se tropiezan entre ellos. Revisan todo antes de salir, los pinchos de las ruedas, el látigo, proyectiles varios, y un guante blanco por si hay que parlamentar. Unos muchachos sacan unas trompetillas con banderines para avisar de que ha llegado la hora. Se crea un silencio de concentración solo roto por los gritos de fuera del circo, algo sobre una moción de censura que parece no importar a nadie. Díaz y Sánchez se miran a los ojos y los entrecierran. La carrera va a ser dura porque todos reciben tres o cuatro pellizcones nada más empezar. Un tal Fernando Alonso no llega ni a dar media vuelta porque sus caballos se paran a pastar un poco. Otro corredor, llamado Antonio Hernando, da dos pasos en una dirección y dos pasos en la otra mientras se justifica mirando a la grada. La polvajera que se levanta es terrible, y desde el caos surgen los tres principales. La muchedumbre grita de gozo.

El látigo de Díaz pasa por encima de López y le da en la cara a Sánchez, que le devuelve el golpe esquivando también al Cholo. Se nota la rivalidad que hay entre ellos dos. Pero es que su historia viene de atrás, de los tiempos de los milagros, de cuando los políticos decían que iban a multiplicar los panes y peces, entonces se querían mucho. Fue más tarde, cuando se descubrió que el único milagro consistía en convertir el agua de todos en el vino de sus fiestas, que la relación comenzó a cojear. Nadie diría que fue Díaz quien llevó de la mano a Sánchez a su primera carrera, que incluso le prestó sus caballos. Ni que Sánchez le dedicaba caritas de selfie cuando se cruzaban sus caminos. Todo eso acabó cuando Díaz le despojó de todos sus bienes, puñal por la espalda mediante, y lo desterró de su territorio. Sánchez acabó de esclavo en una galera y así recuperó músculo. Luego, cuando pudo escapar, se buscó la vida para conseguir un carro con el que recorrer el país contando su historia. Se compró unos caballos de carreras y ahí estaba, dándolo todo. A López no le dan leña, aunque él suelta galletas Bandama a diestro y siniestro, pero al estar entre los otros dos le salpica toda la sangre y ya no ve ni por dónde va. Encima, Abstenersemal y Abstenersebien se muerden a lo salvaje. Nadie entiende cómo es posible que ambos tiren del mismo carro. Poco a poco se queda atrás. Ya sólo quedan dos competidores y parecen más altos y fieros, tal es la batalla. Sánchez le corta un brazo a Díaz con un espadón al que llama Venganza y ésta le tira sal, de la gorda, a la herida traicionera de la espalda que aún no ha cicatrizado del todo. Él raja el carro de la otra con unos ganchos laterales mientras le dice que siempre contará con ella. Díaz le dice que le quiere mucho y aprovecha para sacarle un ojo con la lanza. Ambos se gritan que se van a regalar flores y agarran una rosa en puño cerrado con el que, ágil e inesperadamente, se sueltan una piña a la vez tan apocalíptica que pierden el conocimiento. Los dos están a merced de sus caballos, que siguen la carrera sin ni siquiera una gestora que los dirija.

Mientras eso pasa López va reduciendo la distancia, ni él se lo explica, a medida que los carros de los líderes se dedican a hacer eses. "¿Quién sabe? ¡En este partido, digo... en esta carrera, puede ocurrir de todo!"- le grita lleno de vidilla a Noquierohablardeabstenerse IV, su corcel más querido.

Nota del Videoclub: los personajes, situaciones y gestoras que aparecen en esta historia solo son ficción, cualquier parecido con Charlton Heston es pura coincidencia.