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OBSERVATORIO

Virus y sociedad

Cuando uno se dedica con intensidad y pasión a un determinado tema, en este caso al mundo de los virus, llega a pensar que los demás están tan interesados como él en este tema. Probablemente no sea así, pero una de las obligaciones de los científicos es la divulgación y la comunicación con la sociedad. No sólo hay que saber y descubrir cosas sino que hay que saber trasmitirlas de forma adecuada y adaptada al resto de la sociedad.

Cuando se habla de los virus, la inmensa mayoría de las personas los consideran como unos elementos siempre malignos o dañinos y prueba de ello es que los informáticos se han apropiado de términos virológicos para designar programas destructivos, han creado antivirus y las noticias se hacen virales. Es cierto que la inmensa mayoría de los virus humanos no son actualmente beneficiosos para las personas, ya que en general causan importantes infecciones que afectan a grandes poblaciones (sida, hepatitis, gripe) y es necesario desarrollar herramientas de prevención (vacunas) para hacerles frente.

Cuando se pregunta a las personas si prefieren una infección bacteriana o vírica se decantan mayoritariamente por la primera de ellas. Es cierto que frente a las bacterias disponemos todavía de un importante arsenal de antibióticos que son capaces de acabar con ellas. Sin embargo, frente a los virus tan solo disponemos de algunos fármacos antivirales de eficacia muy mejorable. Es interesante el hecho demostrado de que en el mundo mueren más personas por infecciones víricas que por bacterianas, y el escaso papel de la industria farmacéutica en el desarrollo de nuevos antivirales.

Cuando el mundo se ha visto sometido a una nueva epidemia o pandemia viral (gripe, ébola, zika) es cuando se alzan las voces exigiendo programas de investigación en nuevos antivirales. Pero siempre en estos casos, al igual que pasa con las vacunas, se llega tarde; es decir, las epidemias se controlan o desaparecen gracias a la aplicación de medidas clásicas de contención y seguimiento, sin vacunas efectivas ni antivirales. Es después de finalizada la crisis de salud que se inician los estudios y ensayos de cara a un futuro incierto que no siempre se cumple (reaparición de la nueva enfermedad).

Cuando analizamos el comportamiento de los virus también podemos comprobar cómo forman familias y clases sociales de mayor o menor rango. Dentro de las familias podemos detectar virus hermanos, primos o sobrinos, es decir, más o menos emparentados filogenéticamente, de acuerdo a sus semejanzas genéticas. Por lo tanto también en ellos se establecen protocolos de comportamiento social que determinan que unos determinados virus no puedan infectar de forma conjunta o simultánea a una misma persona (grupos de incompatibilidad), mientras que otros siempre van a infectar de una forma asociada (virus dependientes). Estas dinámicas de población son extraordinariamente importantes a la hora de desarrollar procesos de respuesta inmune específicos tan solo frente aquellos virus que el organismo reconoce como no propios.

Cuando la sociedad humana se ve sometida a la tiranía de los virus y acaba sucumbiendo a ellos, exige medidas drásticas de control. Pero la sociedad vírica presenta sus propias reglas, normas y leyes de comportamiento que es preciso conocer para poder realizar intervenciones eficaces. Los virus aprovechan los eventos sociales para atacar de forma indiscriminada a la población humana; es bien conocido que la gripe se expande de forma masiva gracias a las aglomeraciones y a la mayor cercanía poblacional que se produce en los meses invernales. Por lo tanto son unos elementos que se apoyan en las relaciones sociales humanas para penetrar en ellas y difundirse de una forma imparable.

Cuando los virus se adueñan de nuestro organismo y permanecen de forma latente (durmiente) en nuestro cuerpo, se inicia una etapa de relaciones sociales con las células de su entorno. El sistema inmune acaba, muy a su pesar, aceptando a los nuevos inquilinos y al final deja de luchar contra estos virus que tan confortablemente se han instalado en el núcleo de las células humanas. De vez en cuando se despiertan y salen a dar una vuelta por el cuerpo humano y nos regalan un herpes labial o un herpes zóster o cosas peores. Por ello incluso los virus más adaptados al huésped humano acaban dando su peor imagen, son unos seres malos.

Cuando le volvamos a preguntar a la sociedad humana qué opina de los virus, es posible que les haya cogido un poquito más de cariño, tampoco hay que desearlos. Evidentemente en este momento de la evolución humana, casi en sus fases finales, los virus apenas desempeñan algún papel sobre la mejoría genética del ser humano. Pero hay que recordar que todos procedemos de formas genéticas ancestrales tan simples como los virus y que la complejidad genética y celular posterior nos ha hecho lo que somos ahora. Recientemente se ha descrito un virus que cuando está presente en el tracto respiratorio humano parece que nos hace más estúpidos o reaccionamos de una forma menos racional. Este hecho no justifica que el comportamiento humano esté siempre dirigido o condicionado por la flora viral (virosoma) que contiene el cuerpo humano.

Cuando me preguntan si podríamos vivir sin los virus, acostumbro a contestar que probablemente no o al menos no del todo. Algunos de ellos, como los bacteriófagos, son elementos clave en el control de las floras bacterianas que pueblan nuestro organismo. Estos virus sólo destruyen a las bacterias y a través de ello controlan la calidad y cantidad de las mismas en los diferentes territorios corporales (microbioma). Por lo tanto sí hay algunos virus buenos aunque no infecten a las células humanas; probablemente al estar colonizados por estos virus latentes se impida la entrada de otros virus más letales y no adaptados que podrían acabar con la vida humana. Serían nuestro escudo virológico de protección interna.

En definitiva, cuando la sociedad piensa en los virus, debe seguir creyendo que debemos acabar con ellos o al menos controlarlos. Pero deberíamos dejar de estigmatizarlos porque ellos hacen sólo lo que saben hacer, lo malo es que lo hacen muy bien.

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