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VIRTUALARIO

Una pasión irremediable

La lectura de Una mujer en la guerra de España de Carlota O'Neill me causó una profunda impresión hace unos años. Escritora y periodista, Carlota (Madrid, 1905- Caracas, 2000) encarnaba "a la perfección el modelo de mujer, de ciudadana, auspiciada por la República", escribe Rafael Torres en el prólogo del libro (Oberon, 2003, colección La buena memoria).

Era "culta, idealista, independiente, moderna, cosmopolita, orgullosa de su condición femenina y tocada de una febril curiosidad intelectual".

En julio de 1936, pasaba unos días en Melilla con sus hijas para acompañar a su marido, el capitán de Aviación de la República Virgilio Leret, a quien Azaña había pedido que asumiera la jefatura una base de hidroaviones durante un lapso de tres meses. La familia, que residía en Madrid, convirtió este destino circunstancial en la excusa para unas vacaciones. Mientras Virgilio atendía sus obligaciones, Carlota y las dos niñas se alojarían en un barco fondeado en la bahía.

La vida era plácida y bonita, hasta que el 17 de julio Franco dio un golpe de Estado y se tornó en pesadilla. Virgilio y los soldados que se quedaron a su lado resistieron horas. Después: consejo de guerra y muerte. Lo que sigue es el relato del espanto en que se convierte la vida de Carlota y de sus hijas. Ella fue encarcelada y las niñas quedaron solas en una ciudad extraña. Pasa de pensar en si le apetecía una tarde de tenis, al inframundo de las cárceles franquistas de los primeros años de la guerra y la posguerra. Su delito era haber sido esposa de Virgilio.

Cuando leí el libro yo tenía más o menos la edad de la protagonista entonces y también dos hijas pequeñas. Por si fueran pocas razones para sentirme identificada, también soy periodista (y ahora descubro que nacimos el mismo día). Carlota pasó en un abrir y cerrar de ojos de la felicidad al terror, al hambre, la miseria, la humillación y la incertidumbre.

Esta semana he vuelto al relato de O'Neill tras empezar a resolver una cuenta pendiente que tenía con mis propios intereses intelectuales. Me refiero a la figura de Lidia Falcón, presidenta del Partido Feminista de España, y lo que ella representa como referente del feminismo. Falcón ha estado estos días en Gran Canaria para presentar su última novela, El honor de Dios, en la Feria del Libro del parque de San Telmo (algunos de sus libros, por cierto, se pueden adqui-rir hasta este domingo en una caseta ubicada cerca del quiosco modernista).

También impartió el curso Política y Feminismo en el Gabinete Literario y acudió a la presentación de un documental sobre su pareja, el filósofo, Carlos Paris, en la Casa Museo Pérez Galdós. Además, fue invitada por la Fundación Juan Negrín a conocer su archivo y sus proyectos, una visita que le causó una "gran emoción".

Caí en la cuenta de que Lidia Falcón es Lidia Falcón O'Neill, sobrina de Carlota -la protagonista de aquella historia tan fenomenalmente escrita y que tanto me había impresionado-, hija de Enriqueta O'Neill y nieta de Regina de Lamo, todas feministas de izquierdas que pagaron caro por sus convicciones durante la dictadura. Entonces empecé a entender de dónde sacaba la determinación para seguir hoy batallando, 50 o 60 años después, por lo que define como "una pasión irremediable", pese a que nadie podría pedirle ni un segundo más.

Octogenaria, la biografía de la presidenta del Partido Feminista de España apabulla. Cuarenta y tantos libros publicados, incontables iniciativas como activista, conoció la cárcel y la tortura en las cárceles franquistas, conferenciante, abogada, periodista... y sigue adelante.

Fiel a mi voluntad de saldar esta cuenta pendiente con mi ignorancia, compré varios de sus libros que he empezado a hojear. En La pasión feminista de mi vida (2012) afirma cosas como esta: "Desde antiguo me pregunto si es posible ser mujer y no ser feminista". O esta: "El eslogan 'la mujer es la peor enemiga de la mujer' está firmemente arraigado en el sentimiento popular, pese a la evidencia de que son los hombres los que matan y apalean a las mujeres".

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