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CRÓNICAS GALANTES

Eurofobia, hidrofobia y otras manías

El minúsculo partido que promovió -con éxito- la salida de Gran Bretaña de la UE ha desaparecido, literalmente, del mapa. Ni un solo diputado obtuvo en las últimas elecciones el vociferante Partido para la Independencia del Reino Unido (UKIP, en sus siglas inglesas), pero al menos sus dirigentes pueden felicitarse por haber puesto Europa patas arriba. Nunca tan pocos hicieron tanto daño a tantos, por decirlo en fórmula inversa a la de Churchill.

El ahora extraparlamentario UKIP era -y es- una banda política basada en las fobias, como tantas otras nacidas al calor de la crisis. Se les define como eurófobos, pero no es el odio a Europa su única manía. También les producen aversión los inmigrantes, los discapacitados, las personas con color de piel distinto al suyo y quizá también los abstemios. La rabia, enfermedad también conocida como hidrofobia, es su principal motivación ideológica.

El caso es que una partida de hooligans a los que algún malvado cronista reputó de matones y bebedores sin tasa, ha provocado un cambio histórico en el Reino Unido y, por extensión, en la Europa de la que va a separarse políticamente.

Aunque los votantes los hayan dejado ahora con el marcador a cero, lo cierto es que consiguieron que prendiese entre una mayoría de británicos la idea de que estaban subyugados por un grupo de burócratas de Bruselas teledirigidos desde Berlín por Angela Merkel. Nada distinto, en realidad, de lo que sostienen otros dirigentes malhumorados que en Italia, España, Grecia y otros países explotan -con relativo éxito- el voto de la indignación.

Con lo difícil que resulta parecer excéntrico en un país donde el personal circula por la izquierda, usaba hasta hace poco un sistema duodecimal de medidas y juega a deportes tan enigmáticos como el cricket, lo del partido del ya dimisionario Nigel Farage no deja de tener su mérito.

Retirado tras su hazaña, Farage se declara satisfecho por haber conseguido su objetivo principal, que era la "independencia" del país al que -extrañamente- representa.

Naturalmente, el Reino Unido no se ha independizado en modo alguno, salvo en el cosmético detalle de la restauración de sus aduanas. Sigue dependiendo, como todo el mundo, del imperio que se forjó en una de sus antiguas colonias al otro lado del Atlántico. Y también de China, que manda mucho en las finanzas del mundo. Ni siquiera una isla como Gran Bretaña puede aislarse de los efectos -beneficiosos y/o nocivos- de la globalización de los mercados.

La soberanía es una ficción con la que se entretiene a la gente, por más que en los últimos tiempos haya experimentado un cierto rebrote -incluso en USA- al rebufo de la crisis financiera y de los cambios que trajo consigo la revolución tecnológica.

Más que en la política, puede que estos curiosos fenómenos -incluido el de Trump en la jefatura del mundo- haya que encuadrarlos en el ramo de la psiquiatría que se ocupa de las fobias. Siempre ha habido gente con manías, desde luego; pero ahora hay quien las proyecta a los asuntos públicos con los resultados que se han visto en el caso del Reino Unido y el triunfante -si bien desaparecido- UKIP que sacó a ese país de la UE. Es de esperar que la mejora de la economía acabe con este repunte de hidrofobia. Aunque nunca se sabe.

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