La Provincia - Diario de Las Palmas

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Punto de vista

Yo sí tengo miedo

Miedo a la ignorancia, al radicalismo, a la falta de tolerancia y a la pérdida de libertad. Todo ello se encuentra en el terrorismo, pero también en los que, aparentemente, lo condenan, pero, en su interior, dudan de los valores y creencias de un modo de vivir. En una palabra, tengo miedo de los que responden a los actos de crueldad y barbarie con la siembra de la discordia y el escepticismo. Cuando, en algunos medios informativos, como El País, se pone en entredicho el uso de las armas de fuego contra los autores de los atentados; cuando cierto sector de la opinión pública, de la que se hace eco una izquierda irresponsable y ciega al dolor, vuelve a caer en el error de confundir a las víctimas con los que causaron su muerte; cuando el sentido común está en retirada y la verdad se oculta tras la sinrazón de las ideologías, reconozco, y siento decirlo, que tengo miedo.

Acabo de presenciar el curso de la manifestación en Barcelona, presidida por la figura del jefe del Estado, el rey Felipe VI, y no las tengo todas conmigo. De la unidad prometida y de la que se hacían hablillas, poco se veía, puesto que los radicales, los de siempre, encontraron en el acontecimiento la mejor oportunidad para que su discurso delirante llegara lo más lejos posible. Para este colectivo, lo de menos eran y son las víctimas y el respeto que sin duda se merecen. Tal es así que el grito de repulsa hacia el terror que se escenificaba en las ramblas de la ciudad condal quedó ahogado por mensajes fuera de lugar y motivos que nadie entendía al margen del desafío soberanista. En su enésima muestra, la política sonrojaba a la ciudadanía.

Por desgracia, esto es lo que tiene el extremismo. Y de ahí que mi temor, antes que frenarse, se dispare. La patente radicalización de la política española debería ser objeto de reflexión, especialmente, por aquellos que se declaran abiertamente progresistas, defensores de la equidad no menos que de la libertad entre los hombres. A ellos apelo y les traslado un nuevo desafío, éste más cercano y profundamente humano. Profesar ideas progresistas no debe certificar relación de identidad con el relativismo moral y el escepticismo por un modo de existencia, el occidental, que es el nuestro. Este es el fermento del que se nutren los enemigos de la libertad, los fanáticos islamistas que, tras provocar el caos y la muerte, reciben la injustificable exculpación de una parte de la sociedad a la que han golpeado duramente. Algo que es inmoral, cínico en su grado absoluto y la peor maldad que se pueda cometer en una civilización: traicionar los propios valores creyendo que se está en su defensa. Reclamo de los progresistas auténticos, y no sólo de palabra, que practiquen la inteligencia ética que en otro tiempo les distinguió, la misma que llevará a la ansiada unidad de respuesta y acción ante el terrorismo que asedia nuestro sistema de creencias.

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