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Martín Alonso

LA MIRADA DE ANDERSSON

Martín Alonso

Vitolo

Vitolo se crió en la calle Córdoba, en el corazón del Polígono de San Cristóbal. Allí la vida, a veces, da codazos más duros que los que suelta Gabriel Mercado en un balón dividido. Y en los partidos callejeros que se disputan en el barrio, en campos de treinta metros cuadrados, con el amigo como compañero, la pared como aliada para tirar desmarques, cuatro piedras plantadas como porterías y varios equipos fuera -a la espera del fallo para saltar a jugar-, hay más pasión que en todo el Sánchez Pizjuán. No firmó su mejor partido, no fue la estrella de la noche y evidenció que anda aún lejos de su mejor momento, pero el miércoles, en Nervión, Vitolo se comportó como un profesional.

No se escondió, no tuvo ni un mal gesto -­ni ante un grupo de excompañeros que, por momentos, se comportaron como una banda de quinquis ni frente a miles de aficionados que le insultaron-­. Aguantó, peleó e intentó abrir una vía de agua en la línea defensiva del Sevilla FC por su zona de influencia. Fue señalado ­-públicamente-­ antes, durante y después del partido. Pese a estar bajo el foco, no se inmutó: en el juego se comportó, con más o menos efectividad, como lo hace habitualmente y tras el pitido final tuvo hasta palabras de elogio a los hinchas que le desearon la muerte. Vitolo fue, en definitiva, un señor. Y, en toda esta historia, me gustaría resaltar lo de profesional.

Es cierto que Vitolo no hizo nada excepcional. Cumplió con su deber como futbolista de la UD Las Palmas, pero ese detalle, justo el de ser y comportarse como un profesional, nos lleva a la raíz de esta historia: Vitolo se ha convertido en el enemigo público número uno del Sevilla FC y del sevillismo por querer progresar y mejorar en su carrera. Optó por cambiar de chaqueta para ir a un club mejor, con más opciones de ganar títulos importantes e ingresar más dinero. ¿Cuál es el problema? ¿Hay alguien, entre todos los que insultaron al futbolista en el Sánchez Pizjuán, que hubiera renunciado a una mejora sustancial de su salario? Las respuestas, en un juego que se ha convertido en la mayor industria de entretenimiento del país, son obvias y deberían plantear varias cuestiones entre todos aquellos que sienten un equipo de fútbol como un lugar de pertenencia.

El dinero, en el fútbol moderno, importa tanto como la pelota. Los aficionados valen si son capaces de pagar un paquete de fútbol en un canal de pago o un abono para ir al estadio -­por ese orden-­. A los clubes se les multa si en la grada con el tiro de cámara no hay público. Las camisetas oficiales, que se renuevan cada año, cuestan un riñón. La patronal proyecta jugar partidos de Liga en China y los clubes, además de abrir puertas hacia otros negocios, cotizan según lo que quiera pagar un magnate ruso o chino -­los sentimientos, en ese tipo de operaciones, no cuentan-­.

Con este panorama, menos lobos. Vitolo es igual de profesional hoy, vestido de la UD Las Palmas ­como puente para acabar en el Atlético de Madrid­ ,como cuando se tiró, enrolado en las filas del Sevilla FC, en el área del equipo amarillo para forzar un penalti decisivo. El dinero manda. Viva el mal, viva el capital. Ya lo cantaba la Bruja Avería a los niños de los 80.

PD: del juego de la UD Las Palmas en Sevilla poco hay que apuntar. Manolo Márquez, se supone, ordenó que las líneas ­sobre todo del doble pivote hacia atrás­ se mantuvieran muy juntas y cerca de Chichizola. El equipo amarillo salió a no perder, encogido, temeroso. Y así, en ese plan, en Primera División, sólo hay una salida: la derrota.

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