Este es el lema del día Mundial de la Salud Mental este año, que una vez más, es promovido por la Federación Mundial Salud Mental. Cada vez es más urgente que, en la agenda política sanitaria, los gobiernos asuman la consideración de la salud mental en el trabajo y en determinados grupos de desempleados. La salud mental es una prioridad para el desarrollo de las naciones, hoy se reconoce su impacto crítico sobre el bienestar y desarrollo económico. Las investigaciones se mueven en estudiar las diferencias en las características individuales y las condiciones de trabajo para predecir el estrés laboral.

El coste anual global de problemas de salud mental se estima en 2,5 trillones de dólares y espera que aumente a seis trillones de dólares en 2030. El empleo es fundamental para promover la recuperación -para individuos, comunidades y naciones-. Sin embargo, las estimaciones muestran que hasta un 80% de las personas con enfermedades mentales graves son desempleados mientras que el 70% quieren trabajar. En los Estados Unidos, se estima que el coste de los trastornos mentales principales es, por lo menos, de 193 billones de dólares al año solo en pérdida de ingresos. Es crucial un lugar de trabajo mentalmente sano para todos y todas las empresas y sus trabajadores. Sin embargo, los problemas de salud mental son comunes en el lugar de trabajo. Aproximadamente el 8% de la población trabajadora tiene un trastorno mental diagnosticable, y cerca de 14% tienen problemas de salud mental en el trabajo. La OCDE publicó datos similares sobre las poblaciones en edad laboral; entre las personas con trastornos mentales clínicos alrededor del 5% tienen trastornos mentales graves y aproximadamente el 15% tiene trastornos mentales moderados (OCDE 2012).

A menudo escuchamos que vivimos una vida laboral cada vez más estresante, pero ¿qué nos dice la experiencia reciente? Primero, la globalización ha generado procesos competitivos planetarios que han transformado la organización, las relaciones y patrones de trabajo. Con el ritmo de trabajo dictado por la comunicación instantánea y altos niveles de competencia global, las líneas que separan el trabajo de la vida son cada vez más difícil de identificar. Un equilibrio adecuado entre trabajo y vida privada se ha convertido en una proeza. Y luego, está la resaca de la reciente crisis económica mundial y la recesión que obligó a muchas empresas a reducir su actividad económica para seguir siendo competitivos. Esto incluye un aumento en reestructuración, reducción, fusión, subcontratación, precariedad laboral, mayor probabilidad de despidos masivos de trabajadores, desempleo, pobreza y exclusión social. Estas prácticas son una fuente de lo que se conoce en el campo como "riesgos psicosociales". El lugar de trabajo contribuye a una mayor competencia, a mayores expectativa en cuanto a rendimiento, rápido e intensivo, horarios de trabajo irregulares y más prolongados, mayor trabajo a demandas e inseguridad en el empleo, falta de control sobre el contenido y organización del trabajo y reducidas oportunidades de trabajo para determinados grupos poblacionales, jóvenes y mayores de 45 años. A esto se añade el temor de perder sus puestos de trabajo, una menor motivación del personal, una disminución de la satisfacción, creatividad y estabilidad financiera que terminan con graves consecuencias para la salud mental y el bienestar de los trabajadores.

Algunos países desarrollados han evaluado el impacto económico del estrés laboral, los patrones de comportamiento asociados y trastornos de salud mental. Por ejemplo, en Europa el costo estimado de la depresión relacionada con el trabajo es de 617 billones de euros al año, que incluye los costos de los empleadores de ausentismo y presentismo (272 billones), la pérdida de productividad (242 billones), los costes sanitarios (63 billones) y costos de bienestar social en la forma de los pagos por incapacidad (39 billones). En nuestra tierra sindicatos de clase y de la enseñanza han insistido en los últimos años en esta problemática en diferentes ámbitos laborales.

Así, se ha podido comprobar (INE) que, si bien las diferencias en las características individuales son importantes prediciendo el estrés laboral, ciertas condiciones de trabajo también lo son. El hecho de que determinadas características de los empleos puedan catalogarse como estresantes para la mayor parte de los trabajadores posibilita aumentar el énfasis en la mejora de las condiciones de trabajo y en el rediseño del trabajo en general, como soluciones clave en una estrategia de intervención primaria contra el estrés laboral. Aumentar el contenido de las tareas, mejorar el entorno físico en el que se realiza el trabajo, no prolongar excesivamente el tiempo de trabajo semanal, prestar especial atención a los trabajadores con horarios nocturnos o que trabajan por turnos, promover la calidad de las relaciones interpersonales en el centro, estimular el logro de la conciliación entre las esferas laboral y familiar, son sólo algunas posibles actuaciones que se desprenden de nuestro análisis y que podrían emprenderse para lograr el objetivo final de mejorar la salud mental de los trabajadores asalariados de nuestro país.

Todos estamos esperando en este mes el Plan de Salud Mental Integral de la mano del desarrollo del III Plan de salud. Se nos antoja como una buena oportunidad para la promoción de la salud en el ámbito laboral, antes de que se aprueben los presupuestos de nuestra comunidad. No hay tiempo que perder.