Y sin decir demasiado queriéndolo demostrar como deshojando margaritas, uno de los que se puede acreditar como más reconocidos del viejo fútbol canario cuando de él se habla, y superviviente más reconocido del fútbol canario de cuando se amarraba a los perros con longanizas, no sé si antes o después de que se hiciera lo mismo pero con chorizos de Teror".

Una cosa así de informal y clarita sé que, acaso de poderlo hacer, le hubiera gustado leer en el lamento de su muerte a Pacuco Jorge, del que no es un antojo sino un noble y cariñoso impulso. No para hacer número en la despedida, sino para despedirle de verdad, tanto por los que, ya viejos pudimos verle en sus estertores de futbolista, no en los papeles sino al trote hasta agotar las fuerzas que tanto quemó tan campante y sin reservas ni distinciones, como para los demás, hasta nuestros días, contando lo que para él "siempre había lo que había" en cada momento, incluso cuando hace poco en las tertulias, cansado y encogido, donde ni catarro ni recomendación de silencio alguno le achantaban. Lo suyo parecía siempre de convicción plena. Dentro y fuera del campo.

Como aprendiz conocí yo de él, y de otro victorista más viejo que yo, como Sinforiano, no pocas perrerías del fútbol y de tantas otras cosas. Y hablo de tiempos en que antes de meterse la gente en la actual casa social del equipo de su vida -Real Club Victoria- tropezabas inevitablemente, frente al Teatro Hermanos Millares, con el kiosco playero del valenciano "El guapito". Tiempos aquellos en los que podía presumir como destacado del fútbol atacante con sus compañeros trabajadores, no profesionales, jugando entonces sobre las piedras del camino donde se pudiera jugar, si acaso se podía.

No está ausente ni silenciada su marcha. Queda plasmada, además, en los "Cien años de fútbol canario" del estudioso joven Javier Dominguez, cuya labor mirando al pasado ya he presentado en dos ocasiones y presentaré la tercera si acaso llego. Y todos han contado lo que saben o han leído de su historia como futbolista. Como casi siempre me suelo ir por las ramas y además de todo eso que ya me sé, observo la lucha dialéctica mantenida en favor de sus colegas coetáneos.

Ahora hay -decía- muchos "saltimbanquís" que por habérsele pisado un callo se retiran en camilla, y entonces, además de no haber camilla, había gente dispuesta a jugar con la tibia y el peroné castigados por la dura puntera de aquellas botas de bombero.

A todo esto como pasado quiero recordar y escribir sobre que mis encuentros cercanos con Pacuco Jorge no eran en el campo de fútbol, donde ya no iba. Era más bien en las Iglesias. No había misa de difuntos de deportista alguno en la que no estuviera él con su oración, saludo o despedida. Seguro que en aquella otra orilla celeste te recibirán con un abrazo aquellos otros amigos a quienes tu estuviste despidiendo a lo largo de tus 97 años de vida.