La Provincia - Diario de Las Palmas

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punto de vista

Periodistas sin red

Las cabeceras españoles deberían instar ya a sus periodistas a comportarse en las redes sociales, a no dañar a sus medios. Deberían imitar, una vez más, al New York Times, que acaba de repartir entre sus redactores una breve guía de cómo actuar en Facebook o Twitter.

Mientras seguimos con el debate estéril de si las redes sociales son medios de comunicación o no, el número de personas que se informan a través de ellas crece vertiginosamente -en España ya son más de la mitad-, y el de las que se informan por periódicos, radios y televisiones desciende al mismo ritmo.

Con su lentitud paquidérmica, la prensa española se está ganando a pulso el hiriente calificativo de tradicional. Ha llegado la hora de decirles a los periodistas que en las redes no se representan a sí mismos, sino que representan a sus medios.

No se entienden esas manidas advertencias en los perfiles de los periodistas: "Cuenta personal" o "Las opiniones son solo mías". Si admitimos eso, tendremos que admitir que las opiniones de Trump en Twitter no son las del presidente de Estados Unidos o que las de Rajoy no corresponden a las del Gobierno de España. Un periodista no puede tener dos caras -la privada y la social- cuando se presenta a su público.

Desde el momento en que las redes compiten directamente con las cabeceras de siempre, hay un conflicto de intereses. Nadie se imagina que Ferreras pueda trabajar para otra televisión que no sea la Sexta o que Rubén Amón escriba para otro periódico que no sea El País, pero nos parece normal que trabajen para Twitter. Y encima, gratis.

Hay que tener en cuenta la peligrosísima tendencia -favorecida por las redes- de que el periodista es la marca. Es indudable que estrellas de la radio como Herrera o Losantos son una marca por encima de sus emisoras; o que Ana Rosa Quintana o Susanna Griso están por encima de sus canales; o que Pérez-Reverte o Julián Marías son ellos mismos por encima de los periódicos que publican sus artículos. Aquí habría que incluir, por cierto, a los periodistas-cabecera, aquellos cuyo nombre incluimos al mencionar el medio: "El digital de?"

El común de los periodistas -todos vanidosos y celosos de nuestra firma- llevamos camino de convertirnos en medios de comunicación unipersonales, saltándonos la lealtad que debemos al medio que nos acoge en su nómina. Los freelances están excluidos, bastante tienen con ganarse el pan.

Continuamente, y más ante grandes asuntos como la crisis catalana, vemos en Twitter cómo muy destacados periodistas ofrecen opiniones que nada tienen que ver las de su medio e informaciones que debieran haberse guardado para su cabecera.

Hay una evidente falta de lealtad hacia el medio que construye una opinión fuerte a base de la suma del talento de sus redactores. Vivimos en un mundo individualista y los esfuerzos colectivos no están bien vistos. No digo a estas alturas -aunque recuerdo con agrado cuando así era- que el periodista deba vestir la camiseta de su cabecera y defenderla a capa y espada frente al competidor convertido en enemigo. Pero sí digo que uno debe por lo menos no perjudicar a su propio medio. Es lo menos que una empresa puede pedir a sus trabajadores.

Claro que los periodistas tenemos una marca propia, que nuestro principal patrimonio es nuestro buen nombre como decía Tomás Eloy Martínez, pero esa marca la alquilamos -por mal que suene- a la cabecera para la que trabajamos. La suma de todas esas marcas personales constituye la reputación de un periódico, una emisora o una televisión. Podemos ejercer la libertad de expresión por nuestra cuenta, pero frente a la amalgama de barbaridades que propagan los gigantes tecnológicos, más nos vale que sumemos fuerzas. Sólo a través de nuestras cabeceras, nuestros medios, podremos salvar este oficio en serio peligro de extinción.

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