La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

OBSERVATORIO

Minoría de edad y dominación

Aunque entre nosotros abunden los mecanismos de tutela -desde la medicalización de la tristeza hasta la victimización de las contrariedades-, mucha gente conviene con Kant en que seríamos mayores de edad si, sacudiéndonos la pereza de guiarnos por ideólogos, médicos y todo tipo de padres que permiten eludir la responsabilidad, nos aplicáramos a la tarea de pensar y tomáramos decisiones con criterio propio. Sin embargo, poco se habla de que, además del deseo de tutela, es contraproducente para la mayoría de edad de una comunidad el afán de superioridad de algunos de sus miembros, que se pretenden más avanzados que los demás y se arrogan una madurez que niegan en los otros, a quienes consideran menores ignorantes o irracionales que han de ser llevados de la mano por quienes sí son mayores, sabios y racionales.

Negar la mayoría de edad a una parte de la población adulta y actuar en lugar de otros por su bien es un proceder enraizado en la soberbia y en la prepotencia. La segmentación de la población en gente políticamente madura, preparada para gobernar, y gente no capacitada, o no capacitada todavía, es una modalidad del "nosotros y ellos" que entraña relaciones de sometimiento y dominación.

Gobernar a otros hasta que crezcan y adquieran capacidad de gobernarse encierra, en primer lugar, una clasificación de las personas según el criterio de quien las clasifica; además, entre adultos, crecer no es cuestión de tiempo ni de gente menor que tiene que hacerse mayor: es cuestión de reconocimiento y estimación; es por la forma de ser considerados por lo que crecemos.

En segundo lugar, gobernar a otros hasta que crezcan y adquieran capacidad de gobernarse encierra el peligro inherente a las medidas provisionales: hasta que se pierde de vista y se desvanece, desaparece de las miras o nunca llega, porque las medidas tomadas crean nuevas relaciones de poder. Piénsese en la dictadura del proletariado, concebida por Marx y Engels como primera etapa en la instauración de la sociedad sin clases después de la revolución. Esa dictadura -que tenía por función desarrollar la industria, eliminar los antiguos privilegios y educar a las masas- sería un régimen de transición al que seguiría otra etapa orientada por el verdadero objetivo de la revolución: una sociedad sin división del trabajo en la que cada cual trabajaría según sus capacidades y sería retribuido según sus necesidades, una sociedad cuyos miembros serían libres e iguales en la realidad cotidiana, no únicamente en la letra de su Constitución.

Entre quienes hicieron las llamadas revoluciones proletarias nunca se consideró clausurada esa primera etapa. La dictadura del proletariado no fue en ninguna parte provisional y, más grave aún, tampoco fue del proletariado. Los trabajadores, considerados maduros y conscientes a la hora de levantarse en armas, fueron menospreciados, una vez alcanzada la victoria, por la autoproclamada vanguardia del Partido: el Partido se erigió en gestor de los intereses del proletariado, en su conciencia y en su conductor. En palabras de Lenin, "los trabajadores realmente dotados de conciencia de clase en la sociedad capitalista comprenden sólo una minoría del total de trabajadores; por eso sólo esta minoría con conciencia de clase puede guiar a las vastas masas de trabajadores y conducirlas".

Esta división entre poseedores y no poseedores de conciencia, entre preparados y no preparados para los nuevos tiempos, privó de poder político a los supuestamente menores de edad; además, los convirtió en material de fabricación en manos de los sabios constructores del Nuevo Hombre, que encerraron a millones de individuos en campos de trabajo o en instituciones psiquiátricas y los sometieron al exterminio moral de la reeducación, cuando no al exterminio físico. Quienes llevaron a cabo esos crímenes, y quienes los justificaron en aras de la marcha de la Historia, despreciaron a sus semejantes desde una definición de sí mismos como personas en posición de superioridad respecto a masas inferiores, modelables y desechables.

Cualquiera entiende el nazismo como un capítulo atroz de la historia; cientos de personas visitan compungidas cada día campos de concentración nazis convertidos en parques temáticos y destinos turísticos. Sin embargo, no sucede lo mismo con el estalinismo o el maoísmo, aunque dichos regímenes se asentaran también en el terror y masacraran a millones de personas. La llamada izquierda ha enfocado y deplorado -con razón- el genocidio perpetrado por el nazismo en nombre de la raza, pero ha sido y es condescendiente con este otro capítulo feroz de la historia, como si los asesinatos masivos decretados por Stalin, Mao, Ceaucescu o Pol Pot en nombre de la clase no se hubieran cometido. A este respecto cabe señalar que la expresión "dictadura de izquierdas" es un oxímoron; una dictadura es una dictadura tanto como un psicópata es un psicópata, ¿o es que Pol Pot o Stalin son psicópatas de izquierdas y Hitler o Idi Amin psicópatas de derechas?

Compartir el artículo

stats