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opinión

Podemos en la encrucijada

Podemos vio en el 'procés' una gran oportunidad y ha sido, sin duda, uno de sus principales damnificados. Cuando hablamos de oportunidades, hay que entender la lógica de los partidos y de los movimientos. No es que Podemos fuera independentista, aunque haya una parte de su filial catalana que sí lo es, y quizás ni siquiera se identificara como soberanista, aunque esa sea su posición oficial. El independentismo sabía perfectamente que la única forma de lograr su objetivo era a través de un conflicto que desnudara las entrañas del Estado y mostrara al mundo sus debilidades más íntimas. Un Estado realmente fallido, incapaz de controlar el territorio y las instituciones de poder, deslegitimado moralmente por la violencia y la corrupción constituía el escenario central para validar -no sólo internacionalmente- una declaración de independencia, ya fuera mediante una exigencia clara de la Unión Europea o bien por el colapso de lo que, despectivamente, los movimientos populistas han venido en denominar el "régimen del 78".

Podemos, por supuesto, jugaba esta partida, porque tácticamente respondía a una visión revolucionaria de la realidad que es la suya. No debemos engañarnos al respecto: las palabras construyen marcos de actuación. Y el discurso de Podemos siempre ha ido claramente en contra de la estructura formal que configura nuestra democracia. El corazón de su estrategia se basa en desestabilizar -mediática, institucional, parlamentariamente- todos aquellos centros de poder en los que todavía no ocupa un lugar. Tiene, insisto, su lógica. Del mismo modo que la independencia exigía una gran crisis de Estado, Pablo Iglesias era consciente de que, para derribar el régimen del 78, se requería un estallido administrativo y constitucional de dimensiones considerables.

Tomar el poder y hacerlo efectivo en clave antisistema pasaba por una situación que condujera forzosamente a una gran crisis del Estado y a un escenario que desbordase los diques nítidos de la Constitución. Por ello mismo, Iglesias no quiso llegar a un acuerdo con Sánchez cuando tuvo la oportunidad de articular una alternativa de izquierdas al Partido Popular. Y por ello mismo, la posición política de Podemos hacia el procés ha consistido en una calculada ambigüedad que buscaba tensionar al máximo los días anteriores y posteriores al 1-O, alargando la proclamación de la DUI con el fin de aislar al gobierno y desnudar al Estado. Le funcionó mal, pero no siempre fue evidente que así iba a resultar.

Iglesias sale maltrecho de esta encrucijada, víctima no sólo del choque con la realidad que ha sufrido el "procés", sino de las propias contradicciones internas que subyacen a un movimiento ideológico tan extremo como Podemos. Tras la derrota de Errejón -que representaba el ala más pactista del partido-, el espacio político de la formación morada volvió a recuperar su tono más duro, que es el de la dialéctica amigo-enemigo y la deslegitimación constitucional. Con el paso del tiempo, las tensiones internas -entre posibilistas y rupturistas- se han ido haciendo evidentes, a lo que ahora hay que añadir la distancia que en clave nacional se ha abierto con una parte considerable de su electorado, en Cataluña y fuera de la misma.

Una interpretación inmediata de lo sucedido estos meses nos puede hacer pensar que el momento Podemos ha pasado y que el PSOE -o el PSC y la CUP en el caso catalán- deberían recuperar una parte de sus votantes. Tal vez, pero las prisas no son buenas consejeras. Lo único cierto es que Podemos llega debilitado a 2018. Y que seguramente este fracaso en su estrategia tendrá consecuencias electorales a corto y medio plazo.

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