Hace años, unos cuantos ya, las noches arrancaban en el Le Monde -aunque incomprensiblemente, bueno, no tanto, el día siguiente también tenía como punto de partida ese mundo mágico tan particular que se levantaba cerca del mar del tiempo perdido-. Allí, con Liano de anfitrión -cuando estaba y cuando desaparecía-, intentábamos arreglar el mundo. Todo lo interesante entraba en escena. La política, los amores -los imposibles, los consumados y los fugaces-, los proyectos de vida, los viajes por hacer, el Granca y el fútbol eran objeto de debate. En algún punto, entre todas las cuestiones, siempre aparecía como común denominador el dinero. Es lo que tiene el capitalismo, ¿no? Y en ese momento, para restarle valor al peculio con su fina ironía, Julio Cruz siempre nos repetía, a Rafa León y a mí, la misma frase: "Mira a Fulano -o a Mengano-. Es tan pobre que sólo tiene dinero". Ya saben, el romanticismo...

No me pregunten por qué, pero la sentencia de Julio Cruz -mira que te echo de menos a este lado de la trinchera- me vino a la cabeza el domingo después de escuchar a Pako Ayestarán en las declaraciones que realizó a BEin Sports después del partido ante la Real Sociedad en Anoeta. El empate, según le entendí al entrenador de la UD Las Palmas, era un tesoro. Después de las conclusiones del técnico, incluso, me subió la temperatura más de lo recomendable. Acepté que el resultado en Donosti rompía una racha de ocho derrotas consecutivas y que, si nos quedábamos con los últimos minutos, hasta podía entender la magua por las ocasiones malogradas por Loïc Rémy, pero también maldije un detalle irrefutable: el punto no nos servía para salir de pobres.

De inmediato, sin embargo y frente a esa primera reacción, la memoria me puso en bandeja aquella cita de Julio Cruz. "Es tan pobre que sólo tiene dinero...". Y de ahí, tal vez por la desesperación que me genera el juego de la UD Las Palmas y su lugar en la tabla clasificatoria de Primera División, hilé en mi cabeza una reflexión que -probablemente- suene a huida hacia delante, pero que espero que de aquí hasta el final de temporada me sirva de ayuda para regatear al sufrimiento.

Igual, al ver a la Unión Deportiva en puesto de descenso a Segunda División, el problema de nuestros agobios, cabreos y frustraciones es propio. Esperen, que me explico. Tal vez, después de dos buenos años en Primera División, solventados con algún apuro inicial y algunas tardes maravillosas de la mano de Setién nos creíamos más de lo que realmente somos. Igual, no sé, nos dio un ataque de nuevo rico. Dimos más valor a la Sociedad Anónima Deportiva -con los ingresos por televisión y traspasos como bandera- que al sentimiento. Sospecho que nos interesa más el desenlace que la trama. Y esa relación, en el fútbol actual montado como un negocio, sólo lleva al desamor.

La UD Las Palmas, el club, ya no es de todos. Así está montado el negocio. Tiene propietario y a él le corresponde dar con una solución para que su chiringuito no vaya proa al marisco. Frente a eso, al resto nos queda amar al escudo, a los colores, al equipo y a su historia.

Y en una situación tan complicada, con una amenaza tan real de descenso, la mejor opción para hacer frente a todos esos temores es unirse, empujar y remar todos juntos. No me pregunten por qué, pero será una buena manera de disfrutar con algo que nos une: la Unión Deportiva Las Palmas. Y eso, a nuestra manera, por lo menos nos hace salir de pobres. Ya saben, el romanticismo.