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crónicas galantes

Contra España (y Europa) se vive mejor

Extrañamente resuelto a irse de todas partes, el ex presidente de la Generalitat Carles Puigdemont no solo quiere romper con España, sino también con una Unión Europea a la que empieza a verle tintes mesetarios. Ahora le queda abominar de la ONU, del planeta y del sistema solar en su conjunto, que esto de separar es como el calcetar, pero al revés. Uno sabe cuándo empieza a destejer hilos, pero no dónde pondrá el límite y el final a esa ingente tarea.

Contra Franco vivíamos mejor, ironizaban los demócratas en los primeros años del actual régimen del 78, cuando el fin -lento y premioso- de la dictadura nos privó a todos de las emociones propias del franquismo, tan dado a fusilar desafectos y a juntar multitudes en la Plaza de Oriente. También aquellas masas, como las de hoy, cargaban de banderas el ambiente.

Razón no les faltaba a aquellos paradójicos nostálgicos del Caudillo. La democracia es por su propia naturaleza un sistema aburrido que excluye casi cualquier posibilidad de sobresalto. A diferencia del Chile de Pinochet o de la URSS de Stalin, un régimen de libertades garantiza que, si alguien llama a la puerta de un ciudadano a las seis de la mañana, el único riesgo que corre es que se trate del lechero. O de un chaval que vuelve despistado del botellón, ahora que ya no es habitual el reparto domiciliario de leche.

Por diferentes caminos, algunos líderes secesionistas han llegado también a la conclusión de que contra España (a la que representan bajo la imagen algo abusiva de Franco) se vive mucho mejor. Nada como crear un buen conflicto, a la manera de un derby Real Madrid-Barça, para excitar las pasiones de la grada y echar votos al saco. Lo novedoso del asunto es que Puigdemont, acogido a sagrado en Bélgica, ha decidido subir la apuesta para darle un alcance continental a sus deseos de separar a Cataluña de otros vecindarios del planeta. Primero la tomó con España y ahora quiere ampliar el campo de sus malquerencias.

El destituido jefe de la Generalitat considera que la Unión Europea es un club de países "decadentes" sometidos al dominio de unos pocos y bajo la esclavitud de intereses económicos "discutibles". La idea, nada original, ya la habían expresado anteriormente la ultraderechista Marine Le Pen en Francia, el aislacionista británico Nigel Farage y en general todos los que profesan aversión a la Europa socialdemócrata.

Hombre, algo de razón lleva el expresidente catalán que aspira a renovar el cargo en las próximas elecciones. La vieja Europa lleva en decadencia desde hace ya ni se sabe cuánto, lo que no impide que sea una de las potencias económicas del mundo. Cierto es que políticamente pinta más bien poco, pero no lo es menos que tanto los pueblos como las naciones se apelotonan a su puerta para acceder al interior.

Solo los británicos, fieles a su extravagancia y ya medio arrepentidos por la que se les viene encima, decidieron tomar el camino inverso para volver a ser una isla en todo el amplio sentido de la palabra. Puigdemont, inesperadamente anglófilo, se suma ahora al Reino Unido con la propuesta de otro referéndum en el que sus conciudadanos ejerzan el derecho a decidir si Cataluña sigue en la UE y "en qué condiciones". De abandonar el planeta todavía no ha dicho nada, pero habrá que estar atentos a sus próximas apariciones en la tele. A la contra se vive mejor.

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