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Figuraciones mías

Malo de verdad

Yo te creo. Empiezo este artículo con la frase que circula por las redes sociales en apoyo de la chica presuntamente violada en grupo en los Sanfermines del año pasado y deseo que, si se les considera culpables, caiga sobre los agresores todo el peso de la ley. Una vez dicho esto, confieso que no puedo dejar de pensar en la hermana de uno de los integrantes de La Manada, quien declaró no hace mucho a un programa televisivo: "No se puede ser mejor hijo que mi hermano. Tendrías que ver cómo se ocupa de mis padres, es él quien los lleva a los médicos, el que los cuida". Me dio rabia escucharla porque cuando alguien es malo, mi pensamiento se serena sólo si es enteramente malo, malo de verdad.

Sin embargo, eso parece ocurrir muy pocas veces en la vida. Cuando el ya fiambre Charles Manson decía: "Soy muy mal hombre. Soy muy mezquino. Sucio. Soy todo lo malo" aquel que le escuchaba se relajaba, como lo hace imperceptiblemente nuestro cerebro tras etiquetar a alguien. Porque etiquetar calma la mente, que no tiene que enfrentarse a las múltiples facetas de un individuo, lo que le obliga a ponderar demasiadas variables.

Por eso nos encantan los héroes y los villanos de las películas, los que están hechos de una pieza. De hecho, hace unos años leí que el personaje de Rayo McQueen, protagonista de la película de animación Cars no fue acogido con entusiasmo por el público infantil hasta que no se diseñó una importante campaña de márketing posterior a su estreno. Rayo, durante la primera mitad de la película, es vanidoso, egoísta y altivo, y esa faceta de su personalidad desconcertaba a los niños, acostumbrados a amar a tipos como Robin Hood, héroes de verdad.

El cine es una gran escuela de emociones; seguro que usted puede citar unas cuantas películas que le han enseñado más sobre el género humano que un mes de terapia. Todavía recuerdo el impacto que tuvo sobre mis creencias más arraigadas la película Crash de Paul Haggis, una reflexión sobre las grandes y pequeñas tragedias cotidianas de personajes complejos, que pueden ser detestables en su puesto de trabajo, pero - por ejemplo- de una sensibilidad sublime con el padre aquejado de una grave enfermedad. El desfile de personajes con identidades fabricadas a base de retazos de bondad y perversión, de misericordia y mezquindad, me caló muy hondo, a mí que me pirro por una buena etiqueta.

Estos días se celebra el juicio por la violación de una chica de dieciocho años a manos de cinco jóvenes que grabaron en vídeo la hazaña. Por alguna razón, vuelvo a pensar en la hermana del conocido como Prenda y sus declaraciones: "Es el mejor hermano del mundo". Obviamente, es posible que esté mintiendo para favorecerle, pero también es verosímil suponer que los cinco chavales no son monstruos sin entrañas que van sembrando el mal por donde pasan. Seguramente, una parte de su vida es "normal", quizás sean afectuosos con sus madres o considerados con sus amigos. Puede que entre la sombra que indudablemente oscurece su alma, destellen pequeños focos de luz que los hacen tan humanos como usted y como yo.

No negaré que tengo que hacer grandes esfuerzos para sobreponerme a la repugnancia que me provocan estos tipos para llegar a esta reflexión. Pero me viene a la mente una y otra vez el concepto de 'banalidad del mal' de Hannah Arendt: a veces, individuos considerados "normales" son capaces de los actos más crueles solo por seguir perteneciendo al sistema. Quieren ser parte de "la manada" a toda costa, aunque eso suponga hacer el mal sin pensar en las consecuencias de sus actos.

Eso no hace a los violadores menos culpables, ni a sus actos menos reprobables, pero nos acerca a una respuesta a la pregunta que todos nos hacemos cuando tenemos noticia de un acto parecido: ¿Qué lleva a una persona a cometer un acto tan mezquino? ¿No parecía "normal"? "Era una persona normal", dicen los conocidos de un francotirador que ha abatido a sangre fría a quince personas; "Era un hombre educado y tranquilo", dicen los vecinos de finca de un asesino en cuya nevera se ha encontrado un cadáver troceado. ¿Puedes ser normal y violar a una mujer en grupo? ¿Puedes ser un monstruo de la interpretación y un abusador? ¿Puedes ser el mejor poeta del modernismo español y maltratar a tu esposa? ¿Puedes ser filonazi y un estupendo escritor? Preguntas demasiado complejas para un mundo que adora etiquetar.

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