Es probable que ocurriera en un cuento de Heinrich Böll: una señora de una pequeña ciudad de Alemania se quedaba traspuesta después de las fiestas navideñas, de tal manera que creía que todos los días siguientes eran Navidad. Sus familiares, al principio, intentaban disuadirla, pero, cansados por la tenacidad de su parienta, optaron por seguirle la corriente y celebrar todos los días del año la Nochebuena y la Navidad. Hermanos, hijos, primos, sobrinos y demás, se iban turnando en la tarea, pues era imposible acudir en masa familiar a diario a la casa de la señora varada en el tiempo. Probable, digo, que esa fuera la historia de un cuento de Böll.

Cierto es lo que nos está pasando las últimas temporadas con las fiestas navideñas. A mediados de noviembre ya empiezan a sonar las campanas de Belén, pocos días después, las calles se engalanan de luces y, lo más importante, las tiendas nos invitan a comprar guirnaldas, árboles de plástico, luces, regalos... El turrón ya no aparece con sorpresa en los supermercados en diciembre, se puede comprar en todos desde la vuelta del verano. Esta anormalidad cronológica provoca una saturación en las mentes que puede llevarnos a todos a comportarnos como la señora del cuento de Böll, si es que existe tal cuento. Las quejas al respecto son tan múltiples como inútiles. Prueba de ello, el asunto de ese viernes negro de consumo alocado en el que se vendieron rebajados productos que previamente habían sufrido un considerable aumento de precio repentino. Todos muy contentos por la previsión y el ahorro que habían hecho en sus compras navideñas. "Unos regalos estupendos y baratísimos", se dicen unos a otros con la mirada y con la palabra, huyendo de la trampa y regocijándose en el autoengaño. E inmediatamente después del día de Reyes, las rebajas de invierno, la primavera en todas partes y, probablemente en abril, las rebajas de verano. Los estrategas del comercio y del consumo parecen vivir en un carpe diem inconsciente cuyo inmenso pan para hoy les impide atisbar la hambruna del mañana. Porque soy de los que piensan que el consumidor se consume, se bloquea cuando no es capaz de asimilar más órdenes, más ofertas, y deja de comprar probablemente para siempre. Ya hay una asociación de no consumidores en el municipio coruñés de Cambre, otra en el grancanario de La Aldea. Personas inteligentes que se anticipan a los tiempos, los del no consumidor.