Asombrosamente se acercaron a Más tarde o más temprano tenía que ocurrir. Desde que Nicolás González Lemus publicó su libro sobre la estancia de los Beatles en el norte de Tenerife a principios de los años sesenta, era cuestión de tiempo la floración de alguna chafarmejada conmemorativa desde las administraciones públicas isleñas. Ya está aquí. El grupo parlamentario socialista ha presentado una propuesta para que el Gobierno autonómico, el Cabildo de Tenerife y varios ayuntamientos celebren los 55 años -un número redondo- de la estancia del grupo británico por estos andurriales. Es indiferente que llegaran aquí por una puñetera casualidad, que nadie los reconociera, que sus cuatro o cinco días bajo la panza de burro (donkey belly) del Puerto de la Cruz no dejara absolutamente ningún rastro en sus vidas, en sus obras, ni casi en su anecdotario canónico. Es indiferente, incluso, que ni siquiera viniera toda la banda, porque John Lennon prefirió sabiamente quedarse con Brian Epstein en Torremolinos, donde al menos disponían de electricidad doméstica, no como en la casa en la que se alojaron los otros tres en Los Realejos. Ni electricidad ni servicio de recogida de basuras ni probablemente camas demasiado limpias. ¡Help!

Cuenta González Lemus que Paul McCartney estuvo a punto de ahogarse en las corrientes de Martiánez; mucho más desagradable y hasta peligroso se le antoja a cualquiera que visitara con sus amigos Santa Cruz un sábado por la tarde, donde lo único que encontraron abierto debió ser la plaza de Toros. Disfrutaron de una corrida o una novillada, tal vez se tomaron una cocacola en el Imperial, quizás ramblearon un rato en medio del silencio desdeñoso de la noche chicharrera y se largaron, felices y afortunados, para nunca más volver. Una diputada socialista, de cuyo nombre prefiero no acordarme, se refiere a este montón de menudencias calificándolo de "tesoro cultural". Propone celebrar la efeméride con los debidos fastos, diseñar visitas guiadas a la casa realejera donde se aburrieron hasta la exasperación, invitar a los supervivientes a visitar Tenerife. Esta exhibición de provincianismo paleto ha gozado del apoyo de todos los diputados socialistas, pero es característica de un país que valora más lo que no hicieron ilustres visitantes por casualidad que lo que hicieron los canarios en el exterior: desde servir como arquitectos al zar de Rusia hasta fundar ciudades hasta salvar gramáticas indígenas o guerrear en campos de batalla por toda América. Nos convendría más conocer nuestra propia historia -aún maltratada en los planes de estudio de primaria y secundaria- que las historietas de residentes más o menos fortuitos. Pasan los años, los regímenes y los gobiernos, pero los isleños se siguen ignorando y siguen sin saber que se ignoran, como nos dijo un escritor que nunca se bañó en Martiánez.