Lo conocí en el Teatro Pérez Galdós en 1999, la primera vez que llegué a Las Palmas para un montaje de ACO. Él asistía desde el patio de butacas y en la pausa no faltó su saludo a los artistas y a todo el equipo. Pepe asistía con gusto e interés a los ensayos, costumbre que conservó siempre, y tras el ensayo venía la observación aguda y el comentario pertinente que, invariablemente, giraba alrededor de la música, su pasión.

Que la pasión de Pepe era la música es sabido, pero sus intereses lo llevaron también a apasionarse por el cine, el teatro, la literatura y tantas cosas más. Lo mismo citaba un diálogo de un film de los años '40 con la correspondiente enumeración de los intérpretes, que recordaba una viñeta satírica de La Codorniz o un recital, un concierto o una ópera.

Gran coleccionista -me consta como estaba orgulloso de sus partituras- cada tanto te llamaba por las tardes, y con su típico "Oye?" te ofrecía una grabación o un libro, pues se daba cuenta que ya tenía más de una copia. Pepe adoraba Mozart, cabecera de una larga fila de compositores, y tenía entre sus intérpretes preferidos a Herbert von Karajan, Karl Böhm, Gundula Janowitz o Dietrich Fischer-Dieskau, por citar solo a algunas de las estrellas del Salzburgo que había conocido. Pero no se encerraba en ese pasado glorioso, pues asistía a cuanto evento musical le fuera posible, de intérprete novel o consagrado, local o extranjero.

Cántabro de nacimiento, había vivido en Tenerife -donde descubre mucha música a través de la radio, entre ella la zarzuela- hasta establecerse en Gran Canaria con Faly, su esposa, también cántabra. Pepe fue testigo privilegiado de más de medio siglo de actividad artística de la ciudad. No solo como crítico musical -actividad en la que siempre fue positivo- sino como impulsor de otras actividades que, al estar hoy afirmadas, no reflejan el gran esfuerzo de todos sus creadores, como es el caso de la fundación de los Amigos Canarios de la Ópera en 1967.

La voz estentórea de Pepe y sus risas anunciaban su llegada al teatro; anécdotas hay muchas. Podía llamarte una tarde para comentarte sobre la calidad de tal o cual cantante que estaba viendo en televisión, como para consultarte -él, que era un archivo viviente y tenía una memoria privilegiada- sobre un punto de un artículo. Y cuando uno podía colaborar con algún dato para una charla o nota de programa, Pepe ya lo asociaba a otro, y así continuaba la conversación, siempre vehemente e imaginativa.

Gracias a su fuerte personalidad, evitó la pedantería del conocimiento. Estudiante de música en su juventud, en sus conferencias, críticas o notas de programa siempre fue claro y didáctico, sabiendo adaptarse al lector o al auditorio. En muchos de estos encuentros que compartimos, ya sea con abonados, prensa, público o estudiantes, Pepe obtenía un clima ameno para hablar de música de cámara o sinfónica, pasar de un lied a la zarzuela o a la ópera, citar la banda sonora de un film o el fragmento de tal escena de una obra teatral.

Nos hubiera gustado tanto ese libro que no llegó a escribir, con las innumerables anécdotas de sus años en la ópera local, como aquella de Montserrat Caballé, ya vestida y maquillada para el primer acto de Adriana Lecouvreur, que sale del Hotel Santa Catalina y vocaliza en el coche de Pepe rumbo al Teatro Pérez Galdós?

Te echaremos mucho de menos y tanto agradezco haber podido disfrutar de tu amistad y de tus conocimientos. Tal como escribí días después de tu partida, querido Pepe, te imagino con Damián, Julio y Javier en un encuentro similar al de Carpentier en Concierto Barroco. Eso sí, con música de Mozart.