Paquito Ortiz no ha formado parte de un cuerpo técnico campeón de la Liga de Campeones. Tampoco vende humo. Y no habla como un tahúr. Es un tipo normal, que transmite sentido común a cada paso que da. Y eso, en este negocio, siempre aparece en el horizonte como algo excepcional. Con todo, pese a esa peculiaridad en un entorno tan complejo, es un hombre de fútbol. Y más concretamente, de la Unión Deportiva Las Palmas. Durante nueve temporadas, tras destacar en el CD Maspalomas, fue futbolista del equipo amarillo. Jugó de mediocentro, de interior, de extremo y de lateral. Ejerció de lo que hiciera falta. Llegó al club, con 23 años, casi como un desconocido y se fue como capitán y con el respeto de todos para jugar en el Raith Rovers -en un pequeño estadio situado entre una vía del tren y el Mar del Norte- y para ilustrarse en el Reino Unido.

En la UD Las Palmas, Paquito vivió situaciones de todos los colores: compitió con la presión de salir de Segunda B, disfrutó un ascenso a Segunda División, sufrió las urgencias históricas por regresar a Primera División, tragó el sabor amargo de aquella promoción contra el Oviedo, celebró el regreso a la máxima categoría, debutó en Primera en Soria ante el CD Numancia, conoció la casa cuando los propietarios presumían como nuevos ricos y cuando huían tras dejar la caja vacía, trabajó con entrenadores de todo tipo y condición y compartió vestuario con compañeros de cualquier pelaje -desde fuera de series hasta blufs-.

Aquella UD Las Palmas, que transitó entre Segunda B y Primera División en un plazo de cuatro años, fue una gran escuela. Para todos. Para sus propietarios, para sus empleados, para sus proveedores, para sus entrenadores, para sus jugadores, para sus aficionados y para los periodistas que cubrían su día a día. Fue una fuente de noticias inagotable. Dejó grandes historias, forjó alguna que otra leyenda urbana -ojalá Sequeiros algún día escriba un libro- y, como si fuera un cofre enterrado bajo la arena blanca de una playa caribeña, aún guarda anécdotas que son un tesoro. Paquito fue testigo de alguna de esas batallitas, de esas que curten y que te dan la medida exacta de esta entidad -ya sea en el siglo pasado o ahora-.

Una de esas historietas transcurrió durante la primera mitad de 1999. Con la UD Las Palmas empeñada en volver a Primera División, el equipo amarillo vivió un final de curso agitado. Para dar forma a la plantilla, el club no regateó en gastos. Ni en verano ni durante el mercado de invierno. En aquel plantel se juntaron futbolistas como Cicovic, Sarasúa, Paqui, Herrera, Víctor Afonso, Samways, Socorro, Josico, Eloy, Renaldo, Nacho González, Neira, Óscar Celada, Merino, Martín Hidalgo, Toni Robaina, Hernán Franco, Kowalczyk, Bjeliça, Ricardo Lima o Marco Haber. Pero pese al desembolso, el conjunto, a las órdenes de Paco Castellano, no carburaba.

En la jornada 34, el Sevilla ­que acabó ascendiendo a Primera División-, visitó el Estadio Insular. Antes del partido tuvo un suceso muy particular. Durante la charla táctica de Paco Castellano, Vinny Samways se levantó hecho un basilisco, se encaró con el entrenador y borró todo lo que aparecía en la pizarra a grito limpio. El técnico, sobresaltado, sólo acertó a dirigirse a Paquito -de los pocos que hablaban inglés dentro de la caseta- para preguntarle "¿qué le pasa al malcriado este?"

Tras aquel incidente, la UD Las Palmas cedió un empate en casa ante el Sevilla FC (2-2) y en la siguiente jornada, en O Couto, salió goleado frente al Ourense (4-1). Minutos después del pitido final de aquel encuentro, se supo que Bjeliça y el propio Samways habían desobedecido una orden táctica -el técnico situó al croata por el centro y al inglés de interior izquierdo y los dos futbolistas se intercambiaron la posición durante el choque-. Al día siguiente, Castellano fue destituido. Y al equipo amarillo, pese a ese movimiento, se le escapó el tren del ascenso.

Parte de esos recuerdos me asaltaron la noche del domingo, cuando oí a Paquito dar todo el mérito del triunfo sobre el Betis a los futbolistas. Y, como si fuera un viaje en el tiempo, la normalidad de sus palabras y la memoria me guiaron hasta otro punto cardinal: para salvar a la UD Las Palmas igual no hacen falta experimentos extraños, basta con apostar por gente de la casa que conozca al club y su particular manera de ser. Los hay. Jóvenes, preparados y de la Unión Deportiva.