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MIRADAS

¿Para qué sirven los partidos políticos?

No recuerdo quién ha sido el político que, ante las elecciones del ?? de diciembre en Cataluña y las estrategias de componendas postelectorales que se apuntan, comentó que los partidos están para resolver los problemas de la ciudadanía. Si no entienden que es así, si continúan dejando en manos de las instituciones privadas y de los particulares la búsqueda de salidas para los conflictos que se suceden, dejarán de ser necesarios. Es posible que fuese Miquel Iceta, la figura del panorama electoral que parece haber entendido mejor qué es lo que se juegan los políticos -y nos jugamos todos- en esa convocatoria a las urnas tan insólita como crucial. Frente a la tendencia de unos y otros, soberanistas y constitucionalistas, a enrocarse en sus posturas, extremándolas, Iceta propone algo del todo insólito en una campaña electoral: dar por inviable el manejo del Parlament que sea elegido, centrarse en el día siguiente y buscar lo más importante, la reconciliación de los propios catalanes escindidos, como están ahora, en dos facciones entre las que hoy día no es posible ni siquiera el diálogo.

El ?? de diciembre sucederá lo que haya de suceder, con lo indicado por los temores de Iceta como resultado más probable. Pero es interesante comprobar que los directores de campaña de los partidos establecen sus estrategias como siempre: en busca del mayor beneficio que puedan sacar. Eso quiere decir que la postura del secretario del Partit Socialista de Catalunya resulta hasta ridícula porque el objetivo no es en absoluto la gobernabilidad de la comunidad autónoma. Se analiza, se compone y se decide pensando en el futuro próximo, sí, pero no el de Cataluña sino el del propio partido.

Así, poco después de que los ciudadanos hayan dado su opinión en las manifestaciones multitudinarias que se sucedieron antes y después de la declaración unilateral de independencia; apenas unas semanas después de que viviésemos un renacer -impensable antes- de los símbolos y los sentimientos de identificación nacional de una y otra parte, los partidos vuelven a las suyas. Los soberanistas no han logrado el frente común que todos defendían por la razón bien simple de que Esquerra y Junts per Catalunya son competidores directos del mismo semillero de votos. El caso de los constitucionalistas es aún más flagrante. A la propuesta de Inés Arrimadas de un pacto postelectoral se ha respondido desde el Partido Popular y el Socialista con sendas descalificaciones y vetos. Pero la razón principal del rechazo está puesta en las futuras elecciones generales: cualquier cosa salvo apuntalar un posible éxito de Ciudadanos que debilite ya sea a socialistas o populares.

En tales circunstancias, la idea de que los partidos políticos deberían entender que o bien facilitan las soluciones, o sobran, es interesante. Aunque sólo sirva para que los historiadores interpreten la historia de un fracaso a toro pasado.

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