Hemos de confesar que uno se siente muy a gusto en su casa. Ciertamente, muchas personas comentarán: ¡pero María Luisa, qué obviedad estás diciendo! ¡No tiene sentido que alguien en este mundo se sienta incómodo en su propia casa, ni que le repugne entrar en ella! Esto es lo que yo siempre he creído hasta hoy.

Sin duda reconforta saber que, al finalizar nuestras actividades diarias, tenemos un lugar en buenas condiciones donde poder relajarnos, convivir en paz con nuestra familia y poseer un espacio privado. Sin embargo... ¿Nunca hemos pensado que tal vez haya alguien que no pueda disfrutar de un espacio así? Aquellos afortunados que disponemos de un lugar propio no nos hemos detenido a considerar esto. Ahora podremos abrir nuestras mentes y corazones a otros lugares de la Tierra donde no todos poseen una vivienda adecuada.

Ya en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 constaba el derecho a una vivienda adecuada. En su artículo veinticinco descubriremos que "toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure la salud y el bienestar, la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios (...)."

Considero que es más inteligible la explicación que nos brinda el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, el cual afirma que poseer una vivienda adecuada significa disponer de un lugar donde poderse aislar si se desea, un espacio, seguridad, iluminación, ventilación e infraestructura básica adecuados, (...) todo ello a un costo razonable. También añade que se considera el derecho a vivir en seguridad, paz y dignidad en alguna parte. Este derecho no lo tienen aquellos que viven en la calle y que por tanto no poseen casa, como muchos sin techo y los meninos da rua en Brasil, pero...

¿Disfrutan los hombres jaula en Hong Kong de su propia vivienda? Estas personas sí poseen una, pero no disfrutan el derecho a una vivienda adecuada. La historia de estos hombres y mujeres data de la Revolución Industrial, cuando sus familias se mudaron del campo a la ciudad para trabajar en las industrias. Desde entonces conviven en espacios claustrofóbicamente reducidos. Probablemente al regresar del trabajo no desean volver a casa porque su vivienda no cumple las condiciones de seguridad óptimas ni tienen privacidad ni dignidad propias.

Esta situación precaria la comparten los habitantes del barrio de Soweto en Sudáfrica, en los banlieues de Francia e indudablemente en los campamentos de refugiados...

Por ello, quiero denunciar que este derecho es uno de los más violados en el mundo y que no es justo afirmar que todos poseen una vivienda digna, o todavía más, no es cierto que todas las personas de nuestro hermoso planeta quieran regresar a su vivienda después del trabajo. Porque sabemos que no todo es perfecto, pero las situaciones son mejorables; conseguir que todos los seres humanos tengamos nuestro propio espacio es indispensable.

Mi deseo es transmitir con esta carta que existen personas cuyo corazón anhela un lugar mejor en el que habitar.