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El ocaso de los dioses

Bélgica, Rusia y la extrema derecha

Narraba la escritora inglesa Agatha Christie en sus sobrevaloradas novelas de crímenes las incómodas dificultades que tenía el melifluo y pedante inspector Hércules Poirot para reivindicar, frente a terceros, que él no era francés, sino belga, un pequeño país que discurre entre la frontera del mal olor de las coles de Bruselas y el mal olor corporal de muchos de sus ciudadanos, fruto este último de la poca afición que tienen por la higiene personal. Ya han pasado unos cuantos años desde que la prolífica novelista advirtiera de ese desconocimiento del país belga y, pese a la amonestación, todo sigue igual. Me refiero al mal olor. Pero hete aquí que el poder burocrático multinacional ha encontrado en Bélgica el acomodo perfecto para instalar la mayor red de funcionarios del mundo. Hasta 62 organismos internacionales han encontrado cobijo allí, lo que reporta a Bruselas 7.000 millones de euros y 120.000 empleos directos, el 20% de los disponibles de la capital belga. La OTAN, el Consejo de Europa o el Parlamento Europeo son solo un ejemplo de esa canonjía multinacional de la que gozan las belgas y los belgos. Ni el fatuo Poirot lo habría imaginado. Qué crimen.

Pero la memoria de los ciudadanos y dirigentes políticos de ese bisoño y quebradizo país -consiguió la independencia en 1830- parece ser muy selectiva. No paran de recordarles con odio y resentimiento a los españoles su estancia en Bélgica junto al duque de Alba hace más de 400 años (eso sí es memoria histórica), al tiempo que parecen olvidar la mucho más violenta visita que les hicieron los alemanes hace cuatro días, en la Primera y la Segunda Guerra Mundial. De manera que cuando los niños belgas no quieren ir a la cama sus padres les asustan con la visita del Duque de Alba, en vez de hacerles comer las coles de Bruselas bajo la amenaza de papá Adolf Hitler, mucho más inquietante -lo de las coles, of course-. Y por culpa de esa mala memoria de los belgas que tan fácilmente olvidan las botas alemanas y los bigotes nazis, pretenden encontrar en España su némesis histórico-existencial, su psicoanálisis conceptual como nación y como pueblo. ¿Flamencos, valones, nibelungos? No saben bien a qué etnia racial pertenecen.

De ahí que los tribunales belgas, especialmente flamencos, hayan desconfiado siempre de la Justicia española. La prolija letanía de agravios que ha debido soportar España y los españoles con el complaciente asilo que Bélgica ha procurado a muchos etarras da fe de ello. Y todo, con la excusa de que en España se tortura, no se respetan los Derechos Humanos y no es una verdadera democracia. Deben tener los belgas poca memoria. También parecen olvidar Bélgica y algunos de sus jueces que el Índice de Democracia en el mundo que publica The Economist coloca a España en el puesto 17 y a Bélgica en el 35. No estaría mal que en las escuelas belgas enseñaran eso a sus alumnos. Y tampoco quién fue su rey Leopoldo II, ese sátrapa genocida que hizo del Congo Belga su cortijo particular convirtiéndose en millonario a costa de que sus sicarios asesinaran a millones de personas. Y quién fue la Legión Flandes de la Waffen SS nazi, formada por más de cinco mil jóvenes voluntarios de ese Flandes que tantas lecciones de democracia quiere darle a España. Y la 28a División de Granaderos Belga Valonia de las Waffen SS, comandada por el insigne Léon Degrelle. O, más recientemente, les enseñaran cómo en 1998 una inmigrante nigeriana de tan solo 20 años, Semira Adamu, con grilletes en manos y pies, murió asfixiada en el avión que la deportaba de Bruselas a Nigeria tras aplastarle la policía belga la cara con una almohada para evitar que gritase contra su expulsión. Una mujer de tan solo 20 años, con grilletes en manos y pies. Se explica así que los fugitivos políticos secesionistas catalanes, con Carlos Puigdemont a la cabeza, escojan Bélgica como refugio. También lo hicieron los etarras. De ahí que Puigdemont haya contratado al mismo abogado que ya defendió a etarras.

Por si alguno de ustedes dos no se había dado cuenta, quienes apoyan el golpe de Estado de los sediciosos dirigentes catalanes en Europa, además de los antisistema euroescépticos, han sido la extrema derecha inglesa, austriaca, holandesa, belga o italiana. Pero también los tentáculos del Kremlin se han posicionado a favor de la secesión catalana inundando internet de noticias falsas. Europa ha advertido del grave peligro que suponen esos ataques rusos. En cualquier caso, y para la causa independentista catalana, no podrían haber encontrado mejores compañeros de viaje, unos avalistas de tantísimo prestigio.

Que el independentismo catalán más irredento y folclórico se haya refugiado en Bélgica buscando internacionalizar la ilegalidad y que dirigentes belgas, especialmente flamencos, les den asilo, cobertura mediática, legal y política, verifica sin lugar a dudas que ni los primeros podían llegar a más en su delirio totalitario ni los otros a menos en sus creencias democráticas. Sería deseable que Bélgica repasara su propia Historia, entone sus contriciones oportunas y deje que España siga avanzando cada vez más en el Índice de Democracia, del que Bélgica se encuentra cada vez más alejado.

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