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opinión

Entre el bucle y la ruptura

Como anticipo de lo que puede ser Cataluña después del 21 de diciembre, el debate en TVE entre los candidatos de las siete formaciones que concurren resulta un avance desalentador en la medida en que permite visualizar la fragmentación del futuro Parlament y las dudas sobre la posibilidad de que los comicios sirvan de corte eficaz con el ensimismamiento enfermizo en el que el independentismo ha sumido la política catalana. Estamos pendientes, según coinciden los sondeos, de una diferencia mínima y oscilante entre la persistencia del bucle, en el que sigue el soberanismo, para el que el 21-D es la segunda vuelta del 1-O, y la ruptura para entrar en un nuevo escenario, que buscan los constitucionalistas. A diferencia del primero -anclado en la continuidad de forma coincidente aunque por debajo fluya la pugna partidista- el segundo bloque presenta diferencias evidentes, que pueden impedir su articulación en una fuerza unitaria incluso aunque los números dieran para ello, algo que ahora no está en las encuestas. En el contexto de esa confrontación, el común Xavier Domenech quedó oscurecido en el debate por su equidistancia

El soberanismo reconoció, semanas atrás, su fracaso de una forma tan explícita como fugaz. El socialista Iceta recitó en el debate televisivo la asunción de insuficiencias por parte de Tardá ("no somos suficientes") o la fugada Ponsatí ("no estábamos preparados"). Pero eso quedó atrás y ahora el secesionismo busca la reconexión con aquello interrumpió la aplicación del 155. Antes tienen que tragarse la flagrante incongruencia de desligitimar unos comicios -una "anormalidad democrática", según el exconseller Turull- que ellos mismo legitiman desde el momento en que concurren. La participación los convertiría en cómplices si las del 21-O fueran las elecciones ilegítimas que afirman. Falta coherencia y finura argumental, pero eso ya lo sabíamos.

Con un híbrido, carente de toda concreción, entre el lenguaje tecnocrático y el revolucionario, Roger Torrent fijó "implementar la independencia" como postulado máximo de ERC. No dijo cómo, a diferencia del candidato de la CUP, Carles Riera, quien, con una claridad que no cabe agradecer porque es consustancial al estilo de su formación, apostó por la confrontación abierta con un "estado neofranquista y homofóbico". Todo un aviso para votantes moderados cuya papeleta puede quedar de nuevo a merced de una cortante radicalidad.

La ciudadana Arrimadas fue rápida en el diagnóstico de lo que traerá un triunfo electoral del soberanismo: "volverán sobre lo mismo". Torrent insistía en exigirle una respuesta sobre la asunción de lo que las urnas deparen, sin que le satisficiera el "sí" obvio de la candidata naranja, quizá porque no hablaban de lo mismo. Para el soberanismo, aceptar el resultado del 21-O consiste en que sus presos salgan de la cárcel de inmediato, que los imputados por el procès queden libres de todo cargo y el fugado Puigdemont pueda regresar sin riesgo de acabar en el penal de Estremera. Quieren un "aquí no pasó nada" (todo fue simbólico, que diría Forcadell), algo sólo posible dándoles la razón en que política y justicia están confabuladas.

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